
COLABORACIÓN
Las manifestaciones celebradas en las islas el 18 de octubre contra las prospecciones petrolíferas, aún representando una muestra multitudinaria del fuerte rechazo a la extracción de hidrocarburos en el archipiélago, no parece que hayan igualado o superado la movilización histórica del pasado 7 de junio (con la notable excepción de Las Palmas de Gran Canaria). Esta menor participación no deja de tener su lógica. No supone tanto un síntoma de resignación como de cierto cansancio de una modalidad expresiva de protesta que se ha reiterado en un plazo de tiempo quizás demasiado breve y sin que hubiera una estrategia muy definida. Al apresuramiento de la segunda gran convocatoria desde junio se unía la percepción de su discutible utilidad para conseguir su objetivo declarado, que es detener las prospecciones.
El problema es estratégico y debería ser objeto de una reflexión más profunda por parte de las coordinadoras. El 7 de junio fue sin duda un hito en la historia reciente de las movilizaciones en Canarias, pero pese las buenas intenciones da la impresión de que en esta ocasión se ha improvisado un poco y, lo que es peor, a remolque de la iniciativa del gobierno autonómico, que tiene su propia agenda. Para la difusión en redes sociales, ni siquiera se propuso una nueva etiqueta (“hashtag”) que permitiera conseguir el anhelado “trending topic” (#CanariasDiceNo y otras llevan usándose desde hace meses, mientras que el algoritmo de Twitter prioriza el empleo de términos novedosos en un breve lapso de tiempo).
Con unas prospecciones a punto de comenzar, podrían concentrarse los esfuerzos de otra manera. En primer lugar, en promover el No en la consulta del próximo 23 de noviembre (si es que llega a realizarse), poniendo de paso en evidencia el intento de Paulino Rivero porque aceptemos su ladrillo como alternativa al petróleo. Una baja participación podría ser usada por el gobierno central para cuestionar el rechazo a su proyecto petrolífero. En todo caso, vista la gestión oportunista del ejecutivo autonómico no cabe descartar un fiasco que solo debería perjudicar a aquél.
Y al mismo tiempo, habría que pensar cómo detener en serio los sondeos del barco de Repsol, al que poco le va a importar los resultados de la consulta. Porque ya no cabe esperar que la Comisión Europea o los tribunales lo detengan. Aquí nos adentramos, pues, en el terreno más arriesgado y espinoso de la desobediencia civil. Una manera práctica y movilizadora de perturbar los sondeos petrolíferos sería plantear una flotilla que interrumpiera la labor del buque Rowan Renaissance. Muchas pequeñas embarcaciones (pesqueras, privadas, etc) podrían desplegarse de manera concertada con el Artic Sunrise de Greenpeace, que estará de gira por Canarias a partir del 25 de octubre. No sería la primera vez que Greenpeace realiza este tipo de acciones. Pondría al Estado español en una difícil tesitura. Porque enviar a la guardia costera o a la armada para ayudar a Repsol provocaría un rechazo absoluto en Canarias, pero también en el resto del Estado e incluso encontraría eco internacional. Si la realización de semejantes acciones en el mar suena osado o complejo, siempre queda la base logística de las operaciones: el puerto de Las Palmas. ¿No se puede hacer nada (manifestaciones, cadenas humanas) para dificultar el trabajo de las operadoras que va a usar Repsol en el puerto?
Esto en el corto plazo. Más allá tenemos, para los partidos, y en cierto modo también para los movimientos (con frecuencia son las mismas personas las que están en uno y otro ámbito) el doble horizonte electoral de 2015. Lo que la lucha contra las prospecciones petrolíferas ha puesto sobre la mesa es en realidad el debate sobre el modelo económico, político y social que queremos para Canarias. Las elecciones serán relevantes si sirven para continuar e impulsar este debate. Porque urge repensar Canarias.
Samuel Pulido es autor del blog Quilombo. También ha publicado artículos en Diagonal y en Rebelión.