El artículo 19 de la Constitución Española de 1978 reconoce el derecho a elegir libremente la residencia y a circular por el estado. El 47 dice textualmente: “todos los españoles tienen derecho a disfrutar de una vivienda digna y adecuada. Los poderes públicos promoverán las condiciones necesarias y establecerán las normas pertinentes para hacer efectivo este derecho, regulando la utilización del suelo de acuerdo con el interés general para impedir la especulación”. El artículo 25.1 de la Declaración Universal de los Derechos Humanos regula también el derecho a la vivienda como parte de su derecho a un nivel de vida adecuado. Para que una vivienda sea digna y adecuada debe tener, según el Comité de Derechos Urbanos de Naciones Unidas, las siguientes características: que sea fija y habitable, de calidad, asequible, tanto en el precio de la vivienda como en alquiler, accesible y con seguridad jurídica de tenencia. Los derechos están ahí, pero la realidad se torna muy distinta. Digna y de calidad son dos adjetivos que le vienen muy grande a la casa donde reside Antonia Martín Sánchez, situada en la calle Luis de Góngora en Vecindario.
Pero la historia de Antonia Martín comienza muy lejos de Canarias. Antes de llegar a su primera casa en el barrio del sureste de Gran Canaria, vivió en Madrid. Antonia se enamoró de un trabajador, pero sus padres no lo aceptaron. Tras siete años de noviazgo furtivo decidió irse a Madrid para vivir con el hombre que quería. Luego Antonia se enamoró de otro hombre. Era un hombre influyente, según sus propias palabras, de familia importante, de apellidos nobles y con importantes ingresos económicos. Antonia Martín empieza a hacer desfiles de moda para Pertegaz, se casa por lo civil y tiene un hijo. Sin embargo la historia de nuestra protagonista se vuelve a torcer. Su marido se dedica a la bebida y ella se separa de él. Renuncia a sus bienes y solo quiere quedarse con la custodia de su hijo, cosa que consigue judicialmente. Cuando su marido murió, tuvo que trasladarse a Osuna para abdicar los bienes que le correspondían de su difunto marido.
Vuelve a Canarias pero nuevamente sus padres le dan la espalda. Se va a Lanzarote y vuelve a Madrid. Allí hace labores domésticas en la casa de un canario ilustre, Alfredo Kraus. Llega a Vecindario hace 42 años. Vive en un piso de alquiler en el Cruce de Sardina, donde paga 3.500 pesetas. Sin embargo tiene que abandonarlo porque se declara en ruinas. Es entonces cuando llega a su vivienda actual, que era un almacén. Un almacén que convierte en vivienda con mucho sacrificio. El constructor de la casa quebró sin terminar la casa, pese a que Antonia nos dice que le pagó dos millones de pesetas. El principal problema actual de la vivienda es que carece de agua y luz. Las velas ya han provocado varios incendios que le han quemado incluso el pelo. Hace ocho años Endesa le cortó la luz y todavía no se la ha vuelto a poner.
Para bañarse, Antonia necesita llenar varias garrafas de agua. Afirma que por mucho que le falten servicios esenciales, nunca le faltará la higiene. Miro alrededor, la casa está limpia. Converso con Antonia Martín, aseada y con buen olor corporal, pese a los más de 40 grados. Le llama a su casa “La Moncloa”, de manera jocosa. La puerta siempre está abierta, porque asegura que cualquiera podría abrirla aunque esté cerrada. Denuncia que en diciembre vinieron dos trabajadores del Ayuntamiento a arreglarle una avería y le robaron la doble paga. No es el primer robo que sufre.
La pregunta es si nadie se preocupa por Antonia. Cuestionada por su familia, cree que su hijo quiere usar la casa para venderla. Si le interrogo sobre el Ayuntamiento, cuenta que lo único que le han ofrecido es pintarle la línea amarilla para que no le aparquen los camiones delante de la vivienda. Ni siquiera eso han cumplido. En cuanto al estado de salud, nuestra protagonista tiene un problema cardíaco que la mantuvo postrada durante tres años. Ahora sigue el tratamiento correspondiente. Además tiene una importante sordera producida por una negligencia médica. Antonia Martín tiene rotos los tímpanos y no cuenta con ingresos para comprar un sonotone. También le pregunto por esta cuestión y comenta que nadie le ha ayudado para adquirir dicho aparato, aunque el Ayuntamiento de Santa Lucía prometió que se lo iba a facilitar.
Para colmo de males, una persona le podría reclamar la casa. Hace aproximadamente dos décadas vendió la vivienda en 500.000 pesetas, pero solo recibió 20.000. Como no lo reclamó en los cinco años que le correspondía, ahora la titularidad del inmueble está en el aire. Antonia Martín, en definitiva, solo reclama que su casa cuente con agua y luz, que alguien le ayude a adecentarla un poco, ya que los baches del suelo le han producido varias caídas, y que le proporcionen un sonotone, «para escuchar bien a la gente». Antonia no pierde las ganas de vivir. La poesía es una de sus aficiones y en ellas plasma su filosofía de vida.
La dignidad en ningún caso puede ser un lujo. Así lo amparan las leyes que nos defienden. Alguien tendrá que hacer algo en algún momento, alguien deberá echar una mano para que Antonia, de 79 años, termine sus días con decencia. Ella misma nos dice que se irá cuando “Dios quiera”, pero que quiere hacerlo mejor de lo que vive. Ella, que se fue a Madrid por amor, que se separó del que luego fue su marido porque no aguantaba que fuera alcohólico, María Antonia, que renunció a los bienes de su marido por estar con su hijo, ahora quiere dignidad, ni más ni menos. La historia está ahí y merece ser contada. Como dice una de sus poesías, te digo, María Antonia, “sigue adelante, que algo queda”.
* La foto corresponde a la página en la que salió publicado el artículo que María José Pallarés escribió para Canarias 7. La periodista nos facilitó el contacto de María Antonia Martín. El reportaje está escrito originalmente para el magazín radiofónico «Café con hielo» de 7.7 Radio, pero lo publico en Tamaimos por su interés periodístico. En el audio de la parte inferior, pueden escuchar algunos cortes de voz de la visita a Antonia.
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