Una de las demostraciones empíricas de que Coalición Canaria tiene poco o nada de nacionalista ha sido su incapacidad para articular, en este archipiélago, un discurso alternativo al del centralismo -colonialismo, estaríamos diciendo entonces- ya sea a gran escala social, o al menos -qué menos- entre sus dirigentes y militantes. Al contrario, tras 21 años ostentando la presidencia del Gobierno de Canarias y de otras muchas instituciones del país -prácticamente toda una generación de canarias y canarios han nacido y crecido con ellos- Coalición Canaria no ha hecho sino reforzar los conceptos que afianzan a este archipiélago como territorio subordinado.
Hace pocos días, en una de las últimas entradas de su blog personal, y para tratar sobre mercados turísticos y transporte aéreo, el presidente Paulino Rivero volvía a recurrir a una de las cantinelas, de las traquinas, de las llantinas, más manoseadas por Coalición en las últimas décadas: aquello de que los canarios estamos lejos.
Estoy convencido de que no hay muchos conceptos más coloniales que el de «lejanía», que tanto le gusta a Coalición. ¿Lejos de qué? Porque yo, aquí en Arrecife, estoy bastante cerca de Agadir, o de Tarfaya. Estamos cerca, aunque alejados de esas ciudades y, con ello, de un país vecino y del continente en el que nos situamos. Es curioso que a día de hoy, en este mundo hiperconectado, no haya una mísera falúa que nos acerque a las oportunidades -culturales, turísticas o económicas- que podría suponer un contacto fluido con una costa, la noroccidental africana, con la que, en cambio, generaciones de canarios, hasta hace escasas décadas, sí mantuvieron vínculos laborales, sociales o emocionales de manera habitual. No es por tanto un hecho cultural, como a veces se nos intenta hacer creer, el que nos mantiene alejados de nuestro entorno inmediato; simplemente no ha habido voluntad política, sino todo lo contrario.
En un planeta redondo, hablar de lejanías es siempre una tara. Pero, además, hablar de lejanía, como lo hace el presidente, para referirse esencialmente al turismo europeo que llega a Canarias, resulta ridículo: si los turistas europeos han venido y vienen a estas islas es precisamente por dónde están. Si estuviésemos a la altura de Galicia, o de Normandía, no se me ocurre que pudiésemos mantener la cifra de 12 millones de visitantes, por muchos vendedores de chubasqueros que nos llegaran.
Pero lo peor de la tara de la lejanía, que deriva de mirarnos desde el punto de vista de otros, es que nos impide medir nuestro verdadero potencial. Sin ir más lejos, respecto a las conexiones aéreas: Canarias se encuentra en una posición estratégica envidiable en el creciente tráfico trasatlántico. La mayoría de las rutas entre Europa y América Latina pasan cerca de Canarias, y las islas podrían, con su red aeroportuaria y su tradición aeronáutica, constituir un nudo entre Europa, África occidental y América.
El Estado español lleva décadas trabajando para que ese papel de nexo en las rutas norte-sur y sur- sur lo ejerza el aeropuerto de Madrid. Y es esa determinación política del centralismo, y no que «estemos lejos», lo que ha restado competitividad a Canarias, que ahora se plantea -tal y como cuenta el presidente en su blog- bonificar con dinero público las nuevas rutas entre las islas y Europa, o terceros países. Todo ello porque, según afirma, las tasas que impone el Estado en los aeropuertos de Canarias son muy altas. O sea, que los canarios vamos a apoquinar 10 millones de euros para hacer más competitivas unas rutas que no lo son porque el Estado cobra aquí tasas altas. ¡Menudo negocio, presidente! ¡Para aeropuertos como el de León, digo!
En fin, que si Coalición Canaria fuese un partido nacionalista lo que tendría que haber hecho era reclamar las competencias en aeropuertos y navegación aérea. No ahora, que pintan poco, sino hace 15 años, cuando la gente les apoyaba y su voto en el Congreso de los Diputados era clave para la gobernabilidad del Estado. Pero en vez de apostar por explotar nuestra potencialidad como el espacio geoestratégico prefirieron llorar «porque estamos lejos». Y si ese llanto sirvió al principio para arrancar votos en un país ciertamente maltratado, ahora, dos décadas después, tal y como demuestra el escrutinio en cada nueva cita electoral, parecen ahogados en sus propias lágrimas.