Lo ocurrido ayer en el Estadio de Gran Canaria en los minutos finales del Las Palmas-Córdoba debe mover a una profunda reflexión. Toda ocasión es buena para aprender y me atrevería a decir que especialmente sucesos como los que hoy ocupan las primeras páginas de los periódicos de Gran Canaria son especialmente útiles para realizar la tarea pedagógica que urge tanto a nuestra sociedad. Aquí va mi modesto grano de arena.
Que quede claro que cuando digo reflexión no me refiero al ejercicio de cinismo con el que nos obsequiaba Bravo de Laguna, presidente del Cabildo de Gran Canaria y miembro de una saga de caciques de rancio abolengo que hoy quiere perpetuarse. Dijo el ínclito en su cuenta personal de Facebook,
“(…) lo ocurrido, culpa de 200 gamberros que asaltaron a destiempo el terreno de juego, demuestra lo peligroso que es jugar con fuego, estimular la indignación, la protesta incontrolada y, en definitiva, un cierto modo de anarquismo. Es una muestra más de lo peligroso que resulta alentar bajas pasiones, en lugar de el (sic) respeto a la ley y a los demás, por muchas discrepancias que pueda haber.”
Destila Bravo de Laguna clasismo y también irresponsabilidad, como si el cargo que ocupa, las políticas que ha practicado su partido junto con los demás, no tuvieran nada que ver en la gestación de esa sociedad paralela que en la ciudad de Las Palmas de Gran Canaria lleva años adquiriendo unas proporciones absolutamente inmanejables. Apuntar a los movimientos sociales o el enfrentamiento con Coalición Canaria da idea de la catadura moral de quien hoy detenta la presidencia del Cabildo. En esas manos estamos.
Pero, a fin de comenzar esa reflexión que nos ayude a comprender y tratar de poner soluciones, hemos de preguntarnos lo siguiente: ¿qué ocurrió exactamente ayer? Muchas cosas a la vez, como suele suceder. En primer lugar, un equipo incapaz de alcanzar un objetivo deportivo durante toda una temporada y que, como los malos estudiantes, quiere resolverlo todo a última hora. Creo que admitir que la Unión Deportiva no hizo una campaña particularmente gloriosa puede ayudar a descargar la tensión de este funesto final. Seguidamente, una gestión bochornosa de lo que debe ser la seguridad de un espectáculo deportivo masivo, que permitió la apertura de las puertas del recinto de Siete Palmas unos diez minutos antes de tiempo. Creo que cabe investigar y depurar responsabilidades, si las hubiera, sobre este delicado asunto que, afortunadamente, no se saldó con heridos o víctimas personales, aunque perfectamente hubiera podido ocurrir de prolongarse el escándalo. Resulta como mínimo paradójico que el presidente de la Unión Deportiva haya amasado una fortuna en el negocio de la seguridad privada y no sea capaz de mantener la misma en el propio recinto. Y, last but not least, sobre todo, la visibilización, en prime-time, sin posibilidad de ocultación, de los sectores depauperados que se han ido conformando en la que es en puridad la única ciudad de Canarias, para bien y como vimos ayer para mal. Es en este último punto donde creo que hay que detenerse.
Las Palmas de Gran Canaria ha sido el dramático escenario de la fractura social y generacional que afecta, en mayor o menor medida, a toda la sociedad canaria. El boom del turismo de los sesenta posibilitó el que algunos sectores, en su desplazamiento de las zonas rurales a la ciudad, incrementaran su calidad de vida, el nivel de estudios de las segundas generaciones, a la par que abandonaban los esquemas de la sociedad tradicional que ellos y sus antepasados habían reproducidos sin demasiadas alteraciones durante siglos. Sin embargo, otros muchos sectores, los más, quedaron al margen de esta incipiente prosperidad, comenzando a formar los sectores subalternos y prescindibles de nuestra sociedad. A mediados de los setenta, el abandono español del Sáhara, no hizo sino añadir otra problemática más en forma de oleadas de colonos que se arracimaron en los barrios populares de la ciudad, muchos de ellos carentes de servicios tan elementales como el agua. La batalla popular por este bien precioso contra el PSOE municipal inauguró la década de los 80. El ensoñamiento de una ciudad atlántica, con un Puerto siempre pujante y Festival de Música, apenas alteró el esquema de una urbe bipolar, de dos pisos: la ciudad baja, con su coqueto barrio de Vegueta-Triana, la cosmopolita zona de Mesa y López, la joya de Las Canteras y, por otro lado, barrios enteros de precariedad, cuando no directamente prostitución y droga. Crecí en uno de esos barrios bipolares. Sé bien cómo esa estructura era fácilmente perceptible hasta en mi clase de E.G.B. Lo que vino después no hizo sino confirmar que algunos podríamos escapar y ascender un poquito mientras que los más continuarían en los mismos peldaños que ya habían ocupado sus padres pero en una sociedad mucho más hostil. Eligio Hernández alertó en los 80 de la posibilidad de un “caracazo” en Las Palmas nunca ocurrido. Acaso lo de ayer sea la forma que adoptan los caracazos en Canarias. Ojalá queden ahí.
Ningún partido, ningún alcalde, ha hecho gran cosa por derribar este esquema insostenible con que hemos recibido el siglo XXI. Ni siquiera aquella legislatura de pena en que llegó a haber tres alcaldes. Tampoco el ínclito José Manuel Soria cuando fue alcalde. Del tiempo que Jerónimo Saavedra ocupó la alcaldía sólo se recuerda su jardín zen del Parque Doramas. Y sin embargo, las señales venían siendo claras desde principios de los 90. No era casualidad que los Carnavales se acabaran convirtiendo en una fiesta muchas veces peligrosa. Los intentos del Partido Popular por elitizarla, desplazando a la “chusma” a un ghetto, mientras reservaban las terrazas a la “gente decente”, no hacían sino evidenciar la ingeniería social que una derechona clasista quería practicar en ese polvorín en el que se iba convirtiendo la capital. Bravo de Laguna estaría contento. Mientras la política de parques y jardines avanzaba imparable, los servicios sociales se depauperaban sin fin. Es esa misma gente, excluida en buena medida del ocio popular, sin estudios ni educación, sin recursos materiales ni personales, sin expectativas ni identidad cultural, la que ayer invadió el campo. Son mis compañeros de clase.
En otros lugares han sucedido cosas parecidas, no cabe duda, pero saberlo no nos va a ayudar a solucionar este tremendo problema ya imposible de ocultar. Fenómenos como el hooliganismo británico o la violencia política en lugares como Italia o Alemania en poco van a aclarar lo que ayer ocurrió. Ni Capital Europea de la Cultura ni el nuevo Singapur, sea eso lo que sea: somos una sociedad fragmentada, subdesarrollada y lo peor es que nuestros gestores son incapaces de acometer esto. De hecho, quieren engañarnos reduciendo lo sucedido ayer a la categoría de “altercado”. Más allá del linchamiento público en las redes sociales, la endofobia, la estigmatización o la negación, como sociedad, debemos encontrar caminos que nos permitan comenzar a afrontar el tremendo desafío que tenemos delante. Esto sólo puede hacerse, en mi opinión, desde la convicción de que ya hemos tomado fondo y desde el análisis y el conocimiento de una realidad que ya no se debe embellecer más. Se acabaron los argumentos de barata promoción turística que tanto hemos interiorizado los canarios. Toca irse barrio adentro a hacer trabajo social, invertir en educadores y trabajadores sociales, monitores socio-culturales, elaborar un plan de choque ya mismo para aliviar las carencias materiales pero también cultivar la visión estratégica, pensar en el medio y largo plazo. Liberar las asociaciones de vecinos del clientelismo político, abrirlas a la participación y a la gestión colectiva y resolución de problemas. Que sean más asociaciones de vecinos y menos correas de transmisión de los partidos políticos. Hay que abrir los colegios por las tardes. Los maestros tienen que comprender que no nos podemos permitir un trabajo de jornada corrida cuando eso significa que nuestros chinijos pasan horas y horas botados en la calle. Hay que prolongar y mejorar su escolarización; que todos tengan comedor, luchar a toda costa para que el tránsito a la educación secundaria no acabe en abandono y fracaso. Proporcionarles modelos de referencia positivos: gente honesta, sana, trabajadora,… que pueda servirles de espejo en el que mirarse.¿De verdad la televisión pública canaria sólo puede lanzar el mensaje de que el joven canario «Quiere» ser como Pepe? ¿Podemos pensar que el mundo del fútbol puede ayudar en esto? Desde luego, debiera ser así pero toda la sociedad debe volcarse a ello. No es tarea exclusiva de las instituciones sino que concierne a todos los que no queremos que nuestros hijos crezcan en una sociedad deshumanizada, rota, con miedo de ir por ciertos barrios y recluidos en grupos sociales que no van más allá de su promoción en la escuela concertada/privada donde los matriculamos para que no se mezclen con los otros. Ponerse a marchar en esta dirección, que llevará décadas, sí que nos llevaría a la Primera División de las sociedades que se conocen, se respetan y avanzan juntas en la resolución de sus problemas. En cambio, continuar por este otro camino nos llevará indefectiblemente a estallidos como el de ayer, con la diferencia de que este partido sí que no lo podemos perder.