(es continuación)
Ahora, la pregunta que el lector debe estar masticando desde hace un buen rato es obvia: ¿por qué fue este el evento intelectual más importante del año? Hace unos meses, y aún ahora me resulta difícil no hacerlo, hubiera dicho sin pestañear que se trataba de las traducciones de las inscripciones precoloniales por parte de Ignacio Reyes. Comencemos por qué se discutió allí. Me centraré en lo ocurrido el sábado: ver es creer y convengamos en que los lectores de este medio nos balanceamos entre el materialismo y la incredulidad. Se habló de Canarias en el contexto atlántico, así como de otros territorios del mismo contexto cuyas características de diverso tipo, expuestas por los ponentes, coinciden (por razones puramente históricas; alerto para los amantes de la metafísica insular) con las canarias –por ejemplo, el Puerto Rico del XIX; se discutió también de las posibilidades de unos estudios (trans)atlánticos para las comunidades humanas que habitan en o en contacto con el océano, además de alertarse agudamente de los peligros de su metodología y la ideología de sus conceptos (sonó la expresión “nueva disciplina del imperio”…); se hizo, por último, metacrítica e historiografía de los mismos ligándolos, para orgullo esquizofrénico de muchos, con el Anuario de estudios atlánticos –y hablo de dicotomía o de esquizofrenia al señalar una raíz en este proyecto canario sustentado por mucho tiempo tanto humana como discursivamente por nefandas ideologías de los años 50 en el Estado español. Los temas específicos: Francisco Fernández de Alba imaginó una propuesta para una nueva economía mundial de islas basada en los ejemplos de Islandia, Nauru, la economía en línea y la metafísica de Sloterdij; Domingo Garí trajo la geopolítica del momento a la arena de los estudios atlánticos; Juan Manuel Santana reintrodujo el análisis de clase y de relaciones de producción en lo que peligrosamente puede verse como inocentes “intercambios” transatlánticos; Eyda Mérediz se encargó del Anuario de Estudios Canarios y el papel de Antonio Rumeu de Armas a la hora de crear un espacio para Canarias dentro del binarismo ibero-americano; Wadda Ríos, Alejandro Alonso y Yolanda Martínez se encargaron de la construcción de la nación y de la conceptualización de espacios insulares como espacios culturales desde el poder; así como lo hizo Germán Santana, que con un análisis pormenorizado de datos (legales), expuso su perplejidad ante la “mestiza” situación de un archipiélago canario que participó al mismo tiempo de las estructuras de colonidad españolas y de ciertas diferencias o beneficios que –para el profesor grancanario– lo alejan del modelo imperial; por último, José Farrujia nos enseñó, a la hora de presentar su nuevo libro publicado en la misma ciudad, cómo nuestra visión de la cultura y del sujeto indígena fue importada, como tantas cosas, desde un otro lado del Atlántico.
(continúa)