Hay quienes creen que Canarias es un paraíso. Lo piensan por aquello del sol picón que casi nunca falta (en particular en la vertiente sur de nuestras ocho islas), por las playas de ensueño y el uso y abuso de su estampa para la promoción de una arena rubia que conforma ese ideario tantas veces explotado bajo el lema “El Caribe de Europa”, y por sus habitantes amables y sumisos que, como ya apuntó Lezcano, dejaron «el arado y el cuchillo grande» por la bandeja del «sí señor, no señor, lo que usted mande / servida está la mesa».
¡Un paraíso! ¡El paraíso! Sí caballeras y caballeros: el paraíso de la tasa de paro (datos de la EPA 2014) del 33.2%, y para más inri, del desempleo juvenil del 62.1%. El paraíso de los trayectos en avión Canarias-Madrid que superan los 200 € y con viajes entre islas no capitalinas de casi la mitad, ¡y aplicado el descuento de residente!, a pesar de que la distancia Lanzarote-El Hierro es varias veces menor que la que separa a cada una de nuestras islas de la España continental. El paraíso que importa la práctica totalidad de sus bienes de consumo con un suelo fértil no cultivado que supera ampliamente la mitad de su territorio. El paraíso de una de las cestas de la compra más caras del Estado. El paraíso con los sueldos más bajos del territorio español, en concreto un 15% más bajo de la media. El paraíso que es la segunda región con más denuncias de violencia de género. El paraíso en que, como ya apuntaba un rapero local, “una botella de ron es más barata que un libro”. El paraíso más desfavorecido con respecto a la balanza aporte/recepción de capital del Estado, y así, hasta que empecemos a pensar que, por algún casual, la RAE podría adolecer de una falta grave en la no contemplación de esta acepción tan particular de “paraíso”.
Pero todo paraíso que se precie, bueno estuviese, requiere forzosamente de la posesión de un “jardín”. Ya Adán y Eva disfrutaron del Edén en el paraíso de Yaveh, y Ladón custodiaba las manzanas de oro que Atlas iba a robar para Hércules en el de las Hespérides. Sin embargo, el paraíso de Canarias, al parecer, ha requerido no de ningún árbol de la Sabiduría, ni mucho menos de un manzanero capaz de violar las leyes de la Física Nuclear, sino más bien de esa planta maligna que ha sido, es, y previsiblemente será “el monocultivo”. A Canarias arribaron hace más de quinientos años unos señores que han intentado hacer varias pruebas al respecto. Primero fue la caña de azúcar, luego vino la cochinilla, más tarde llegaron los plátanos, hoy en día es el turismo, y es probable -contra toda voluntad del pueblo canario- que hasta lo sea el petróleo.
¿Y qué hemos sacado de todo esto? No lo sé a ciencia cierta, pero por lo menos, ni sol, ni playas, ni gente amable nos va a faltar. ¡Y ‘arsa’ canario!