Cuando los Canarios hablamos de nuestra propia tierra, muchas veces nos viene a la boca la palabra “paraíso”. No sólo parece que olvidamos por un segundo los muchos problemas y destrozos que padece nuestra tierra, sino que no nos paramos a preguntarnos: ¿Hasta qué punto esta visión de nuestro país nos es propia?.
Aquella Canarias de hambre y miseria, de barcos cargados de emigrantes, de jairas y lecheras, parece haber desaparecido bajo los cimientos de un flamante vergel hecho de aeropuertos internacionales, autopistas de ocho carriles, campos de golf de lujo y playas artificiales. ¿Pero cuál es el secreto para pasar de ser un territorio en el cual se desterraba a la gente, a ser un archipiélago a la que cada año llegan más de diez millones de turistas?.
Dicho de otra manera: ¿Quién es el dios creador del supuesto jardín del edén en que vivimos? ¿Hacia qué ente sobrenatural tenemos que dirigir nuestra admiración y nuestra devoción? La respuesta es Europa —o más bien el turismo europeo, el aclamado motor de nuestra economía— pero seríamos ingenuos de no preguntarnos por qué somos el “pueblo elegido”, en qué consiste la supuesta gallina de los huevos de oro que le ha sido concedida a esta tierra como si de un regalo del cielo se tratase. Por mucho que nos parezca una blasfemia, lo cierto es que el proceso que ha dado lugar al surgimiento del turismo en Canarias no tiene nada de especial, no es más que la versión local de un fenómeno planetario: la periurbanización, un efecto secundario del capitalismo mediante el cual, las áreas periféricas de los centros mundiales del capital, tienden a ser “aprovechadas” como lugares de veraneo, ocio, esparcimiento y residencia secundaria por los habitantes de dichos centros, cuya participación directa al mercado global les permite tener acceso a una mayor movilidad.
Supongamos que vivimos en alguna ciudad del norte europeo. Somos escandalosamente capitalistas con o sin saberlo y trabajamos día y noche intentando amasar cantidades cada vez mayores de dinero. Llegan nuestras vacaciones y nos damos cuenta de que no sabemos qué hacer con nuestro tiempo libre. Nuestros amigos y conocidos raramente están disponibles ya que ellos siguen trabajando, y hace mal tiempo, el cielo está tan negro que apenas nos damos cuenta de que el sol se pone a las cuatro de la tarde. A este ritmo corremos el riesgo de pararnos a pensar demasiado, y darnos cuenta que llevamos los últimos diez años de nuestra vida sin hacer otra cosa más que trabajar.
Es en ese momento que comprendemos que necesitamos salir pitando de ese lugar a toda costa, ¿pero a dónde? No tenemos ni tanto dinero ni tanto tiempo como para ir al otro lado del mundo, así que nos vamos a decantar por un destino relativamente próximo y barato. El nombre poco importa, lo que realmente cuenta es que sea un lugar anónimo bajo el sol, un lugar caliente en el que las normas y valores sociales se derritan y fluyan al ritmo del dinero. Un lugar que podamos comprar. Nuestro edén.
Si miramos un mapamundi, nos daremos cuenta que en un principio, las elecciones son relativamente grandes en el caso europeo. La gran mayoría de las regiones de la cuenca mediterránea poseen temperaturas agradables y son comparativamente mucho más baratas que las grandes capitales europeas ¿Entonces por qué la importancia de Canarias?
Distribución de las zonas con una temperatura superior a 20º centígrados en relación con las ciudades con una renta per cápita superior, así como las zonas actualmente bajo procesos de periurbanización. Nótese la posición climática de Canarias, con medias anuales superiores a 20º, al contrario que la cuenca mediterránea, en la que dichas temperaturas sólo se alcanzan durante los meses de primavera/verano.
La primera razón sin duda es de orden geográfico. Las islas son el único territorio próximo a Europa cuya temperatura media no baja nunca de veinte grados, lo cual permite que haya temporada alta ininterrumpida para el turismo. Aún así, limitarnos a la cuestión meteorológica sería ingenuo, si al clima estable añadimos la naturaleza insular de Canarias, que favorece la aparición de monopolios, nos damos cuenta de que el archipiélago provee un escenario más que atractivo para lógica de mercado capitalista, que se traduce en el control de los espacios: control de la temperatura ambiente y de la iluminación, control de los accesos y las salidas. La misma lógica que se aplica al diseño de centros comerciales, aeropuertos y demás infraestructuras del poder económico con el fin de garantizar la compartimentación y la canalización del capital es aplicable a las características geográficas del archipiélago.
La segunda razón es la pertenencia del archipiélago a la esfera de influencia europeo-cristiana. Un análisis superfluo podría pasar por alto la importancia de este factor, pero lo cierto es el mismo no sólo sirve para explicar el desarrollo temprano del turismo en las islas bajo la tutela de los ingleses, sino que también es la causa de las cifras récord en visitantes de estos últimos años. Canarias, como uno de los pocos lugares “seguros” en la zona, se ha convertido en el destino de los “refugiados turísticos” de los conflictos geopolíticos de la cuenca mediterránea. Del año 2001 en adelante, el crecimiento turístico de las islas ha ido de la mano de las bombas de Al Qaeda, de las primaveras árabes y de las guerras por el petróleo, que han acabado por quitar del mercado a la mayoría de los destinos turísticos de la costa sur del Mediterráneo. El turismo en Canarias puede ser considerado un próspero negocio producto de la inestabilidad política y de la guerra de nuestros vecinos.
Por último, la tercera pero no menos importante razón son los conflictos internos propios a la irresoluta situación colonial de Canarias, que hacen que en la práctica las islas carezcan de cualquier tipo de identidad o capital cultural explotable para el turismo, más allá del servilismo adquirido durante siglos de domesticación por parte de las potencias europeas. Esto puede parecer paradójico, pero si consideramos lugares como Italia, Grecia o Egipto, todos ellos poseen un abrumador peso identitario, producto de sus respectivos pasados culturales, que los hace realmente atractivos como destinos turísticos al mismo tiempo que constituye un obstáculo insalvable para el auténtico proyecto de la periurbanización europea: La creación incondicional del paraíso europeo.
La aparente carencia de pasado cultural de Canarias, producto del rechazo orquestado de nuestra identidad por parte de las instituciones coloniales, convierte al archipiélago en un lugar especialmente maleable, unas islas desiertas en medio de ninguna parte, sin contexto alguno más allá del mar y de la naturaleza supuestamente “virgen” del paisaje canario. Esto obedece a una doble razón: por un lado, el evidente interés del estado español, que busca borrar cualquier sentimiento identitario que podría alimentar un independentismo generalizado en las islas. Por el otro, la intención de crear un caldo de cultivo ideológico, un sustrato favorable a la germinación de las semillas del paraíso.
Gracias a todos estos factores, Europa encuentra en nuestras islas el solar perfecto sobre el que construir su vergel particular, es por eso que ideológicamente hemos pasado de ser unas islas humildes, en las que el más mínimo resquicio de terreno era aprovechado de una manera u otra por la hambrienta población a ser unas islas “vírgenes e inexploradas” de naturaleza “intacta” y seductores volcanes, en las que aparentemente el turista puede ser amo y señor, puede ser dios.
¡Regocijémosnos! Somos el “pueblo elegido” para ser suprimido bajo los procesos especulación ultraperiféricos de un continente lleno a rebosar de dinero, pero donde el sol escasea. Somos lo que había antes del génesis, ese caos negro y perturbador cuya destrucción será lo único que quede registrado en el libro sagrado de la globalización.
(Continuará…)