En su día fue enseña de orgullo patrio, pero hoy ya nadie la nombra. Lo normal cuando las cosas se dejan en manos de gente como Ana Botella, que la terminó de enterrar.
En verdad, la marca España tampoco fue nunca como para tirar voladores, nunca llegó a levantar el vuelo. Hasta Paulino Rivero, en un chispazo de inspiración, la pintó el año pasado como lo que es: un lastre, un peso muerto.
También el año pasado un estudio de mercado sobre el impacto de la marca España puso de manifiesto los conceptos que en el extranjero se asocian a España: fútbol, toros, flamenco, Barcelona. Una caricatura, a pesar de campañas de imagen y modernidad. Quizá con la excepción de Barcelona, miren por dónde gana presencia en la imagen exterior el anatema del españolerismo militante.
Canarias no aparece en esa foto fija de España, por suerte y por naturalidad. Pero seguimos aguantando la marca de la España de siempre, autoritaria y explotadora. Lo último son las prospecciones petrolíferas en contra de todos, en su beneficio aun a costa de nuestra desaparición. En Baleares y la costa de Levante, no, pero en las colonias vale todo. ¿Y se lo vamos a permitir?