
Quizás algunos de ustedes sólo conozcan Tara por su famoso ídolo. Aunque, según parece, no es nada seguro que allí apareciera, el nombre del hoy barrio teldense sigue teniendo las resonancias del poblado troglodita indígena que fuera no hace tanto en la Historia. Tras la conquista, como sucediera también en otros lugares, los nuevos canarios continuaron las costumbres de los viejos y siguieron habitando sus cuevas. Con el paso del tiempo, lo que no fue sino pura supervivencia, se fue convirtiendo en otra más de las innumerables autolesiones que este pueblo nuestro se practica, tan acostumbrado como está a odiarse y no quererse lo más mínimo.
Hoy, cuando la isla de Gran Canaria parece liderar algo así como un movimiento por la puesta en valor del patrimonio indígena isleño, Tara sigue empeñada en ser un ejemplo de justo lo contrario, como atestiguan las fotos que una amable lectora nos envía. No entramos en el espinoso asunto de la apropiación de las mismas cuevas que hace que los recelosos vecinos se nieguen a cualquier mínimo intento de catalogación. Nos referimos a la porquería, a la basura con que se «adornan» esas cuevas que un día sus antepasados, probablemente, habitaron.
Quizás, algún día, si en el Mayo parisino bajo los adoquines estaba la arena de playa, los canarios de Tara descubrirán que bajo esa basura que hoy alfombra aquellas cuevas había algo más que más basura: la sombra de lo que un día fueron.
Y mientras tanto, Taburiente canta «A Tara», la Tara posible y con la que soñamos.