
O «Fórmula Viéitez», por ser justos con el padre de la idea. El caso es que es absolutamente prioritario el que en las discusiones sobre la Reforma de la Ley Electoral Canaria –si es que las hay- esta propuesta no quede orillada. Ayer mismo leía una columna de Alfonso González Jerez sobre la dichosa Reforma, con la cual en buena medida coincido y que no cito por la sencilla razón de que no la encuentro. Al margen de equilibrios, paridades, topes y no topes, hará más por la constitución democrática de Canarias el que los votantes de las ocho islas tengan la posibilidad de elegir a su presidenta o presidente de manera directa a través de esta lista paralela de diez diputados. No me malinterpreten: esto no tiene que suponer un mayor coste al erario público si a la vez se discute sobre el número de diputados que cobran de las famélicas arcas isleñas.
La «Fórmula Viéitez» obligaría de facto a que si un ciudadano canario quiere tener el inmenso honor –y cruz, perro maldito- de presidir el gobierno de los canarios, haga campaña en todas las islas, se lo diga a cuanta más gente mejor y no sólo a los dirigentes de su partido. Que, sin dejar de aspirar a una democracia de tanta calidad como sea imaginable, responsable y radicalmente real, todos los canarios que quieran votar se sientan unidos en esa elección, sea cual sea el resultado final de ésta. Más haría por la conciencia canaria una reforma de este tipo que tantas ocurrencias que me callo por pudor. Así de sencillo: un simple ejercicio que puede y debe ser el comienzo de ese plebiscito cotidiano que es una nación.
LA ARRANCADILLA: La gente habla y no para del nuevo montaje de Delirium Teatro, La punta del iceberg, del palmero Antonio Tabares y que anda girando ahora por distintos escenarios de las islas. Este fin de semana pasado fueron los grancanarios los afortunados en gozar de la representación de esta obra, que fue galardonada con el Premio Iberoaméricano de Teatro Tirso de Molina en el 2011. Habrá que seguirle la pista a esta obra y a este grupo, teatro canario del bueno para una sociedad que como en aquella pintada del Mayo parisino parece decir «basta de realidades, queremos promesas».