
De un tiempo a esta parte se ha puesto de moda hablar y alabar al periodista catalán Jordi Évole, para muchos representante de una comunicación mordaz, independiente, progresista y transgresora. Con más ingenuidad que profundidad informativa, el humorista -así se dio a conocer- desgrana semana a semana toda la hilada de temas progres y políticamente correctos que desde la izquierda son presentados como paradigma de la indignación ciudadana actual.
El programa que dirige Jordi Évole, «Salvados», es tan inofensivo para los estamentos políticos e instituciones que se supone ha de cuestionar como empobrecedor para aquellos que lo visionan, pues rara vez se extraen de sus reportajes conclusiones novedosas. Hacer periodismo contra los desahucios, contra los oligopolios energéticos o contra la privatización de la salud no es revolucionario, debería ser la norma. Otra cosa bien distinta es que ante la escasez de periodismo de investigación serio en el Estado español, el tuerto se convierte en el rey del reino de los ciegos.
Sin embargo, esto no me parece grave ni me hace perder el sueño. Sí, por contra, me entristece y desconsuela el saber que en Canarias esta dinámica se da con la misma intensidad. El neoprogresismosupercool canario cae rendido ante el mentado juntaletras catalán, y a la vez que babea con el idolillo de masas, con idéntica intensidad y pasión pide que la TV Canaria sea cerrada y desmantelada, dado el enorme gasto -según argumentan- que supone el canal para las empobrecidas arcas públicas canarias. Prefieren que sea un Otro el que les indigne y les comprometa -hace 20 años Manuel Alemán ya lo había reivindicado, pero si lo dice Stephane Héssel es mejor*- desde la otredad que impone la distancia cultural y social. No, no prefieren que alguien desde su propia televisión les hable a ellos directamente, y que por tanto sean los protagonistas del beneficio social que una televisión puede ofrecer.
No, prefieren indignarse con los chanchullos de Iberdrola antes que con los de Unelco o Emmasa; prefieren enfoguetarse con la especulación en Castellón antes que con la construcción del tren de Tenerife; se envenenan más con la proliferación de centrales nucleares en Castilla que con las prospecciones petrolíferas en Canarias. Y así podríamos seguir ad infinitum. Todo eso podría denunciar la TV Canaria antes de optar por la vía rápida del cierre y precinto. Estar en contra del cierre de colegios públicos pero a favor del cierre de una televisión también pública -nunca la española, por cierto- no parece ser una contradicción para ellos. Son, utilizando la terminología del italiano Umberto Eco, unos apocalípticos audiovisuales sólo si de contenido canario se trata, pero profundamente integrados en la esfera audiovisual española. No es, pues, un debate moral entre tele sí, tele no o sobre el papel que el audiovisual habría de desempeñar en una sociedad como la canaria. Se trata de tele canaria no, tele española sí.
Mientras, en otras latitudes del Estado español, ciudadanos con un alto grado de autoconciencia y responsabilidad ciudadana han logrado que su canal público nunca sea foco de las aspiraciones neo-liberales de acabar con todo vestigio de lo público, haciendo de ello un motivo de orgullo para sus ciudadanos y ofreciendo una vía de empoderamiento y reflexión para una mejor calidad democrática. Me estoy refiriendo al caso de la ETB vasca, cadena de vanguardia tanto en su apuesta estética como en sus contenidos.
El ente público, en su programa «60 Minutos», con el periodista Juan Carlos Etxeberria, ha demostrado una vez más que la televisión pública es tan urgente como necesaria si de democracia y pluralidad se trata. En el programa del lunes 22 de abril, bajo el título «Injurias al rey», con un formato muy cercano al del anodino «Salvados», se pusieron en tela de juicio los privilegios del rey español, así como sus grandes errores y abusos de autoridad, dando lugar a un gran revuelo en redes sociales y en los medios afines al régimen monárquico.
¿No sería ésto, pasándolo por el tamiz de los intereses del Archipiélago, lo que deberíamos esperar de la TV Canaria? Yo, sin dudarlo, digo que sí. Quiero una televisión pública canaria de calidad, crítica, con profundidad democrática y con espacios para la cultura de Canarias y de los pueblos vecinos, tanto geográfica como simbólicamente. De esto dependerá en gran parte que los canarios dejen de pensar en los problemas de Quintanar de la Orden o de Vallecas como suyos, y de que se empiece a focalizar nuestra indignación y sentido crítico en la realidad que nos circunscribe. Hago mías las palabras que compartíamos en Tamaimos en un artículo escrito por el compañero Iván Suomi hace un año, cuando al referirse a la TV Canaria decía que «hemos sido, somos y seremos profundamente críticos con la televisión canaria por estar muy por debajo del nivel exigible al que debería ser el medio de comunicación estrella del país, por servir de altavoz a programas de ínfima calidad y peor condición, o por estar al servicio de intereses muy concretos y que no son los de todos los canarios.»
Así seguirá siendo mientras la TV Canaria siga dándole la espalda a los isleños, fomentando el encumbramiento de periodistas ajenos a la realidad canaria y haciéndole un flaco favor a la resolución de nuestros infinitos problemas sociales, políticos, económicos y culturales. Yo sí quiero una Televisión Canaria de calidad, autocentrada y con capacidad de incidencia en la sociedad del país.
https://www.youtube.com/watch?v=Yt4ZUzsaP7Q&sns=fb
P.S: Un trabajo muy recomendable es el llevado a cabo por los periodistas Txema Santana y Laura Gallego con el programa «Awante», un formato de reportajes online desde una perspectiva canaria de los problemas que azotan a Canarias a nivel social y económico.
*Como decía Sontag sobre las tres clases posibles de personas que provocan cambios sociales, Manuel Alemán era de las que hacía que sucedieran las cosas, frente a las que sólo ven cómo suceden (los intelectuales de sillón, lejos del populacho que les estorba sus sesudas reflexiones) y a los que no saben lo que les ha sucedido (las víctimas sociales de la razón instrumental)» – Instituto Psicosocial Manuel Alemán