Leyendo el interesantísimo ensayo Cosmopolitismo.La ética en un mundo de extraños, de Kwame Anthony Appiah, me vino a la memoria una anécdota que paso a contarles. Hace algún verano tuve la oportunidad de asistir a un curso de desarrollo profesional en los Estados Unidos, en una universidad de ecos aznarianos. Los estadounidenses son en general gente bastante hospitalaria, por lo que no me extrañó que a los pocos días de estar por allí, el club de trekking local me invitara a una excursión por los bellos montes de Virginia Occidental. Durante la misma, una integrante del club con ánimo de socializar me preguntó de dónde era. «I’m from Canary Islands, West Africa»- respondí. Siempre doy la misma respuesta. Sería mucho más fácil decir que soy de España pero para mí traería inconvenientes no pequeños. En primer lugar, sentiría que estoy mintiendo, algo que no suelo hacer, entre otras cosas porque me sale fatal. En segundo lugar, también sentiría que estoy traicionando convicciones muy íntimas, algo que nadie debe hacer por pura salud mental y otras cuestiones. Además, tendría la sensación de que estoy privando a la otra persona de un conocimiento real, veraz y que con una respuesta así la estaría enviando inevitablemente a un limbo de plazas de toros, reyes, princesas, sevillanas, sanfermines,… Eso es casi peor que que te pierdan las maletas. Finalmente, estaría dando pie a un tipo de conversación diametralmente diferente a la que tiene lugar cuando digo que soy de donde realmente soy. En la experiencia de compañeros de viaje, decir que son de España suele conllevar una serie de equívocos posteriores de los que al final sólo se puede salir tras largas explicaciones y no pocos circunloquios. Pero volviendo a mi excursión virginiana, la anécdota no acaba aquí sino que más bien es éste su punto de partida. Mi interlocutora, con cara de asombro, me replicó con toda naturalidad. «How did you end up there? » (¿Cómo es que acabaste ahí?) Ni por asomo pensaba que las Islas Canarias pudieran ser un territorio habitado. Tal vez pensaba que sus habitantes eran de color -de color negro, que dirían Los Luthiers- o individuos como los que la CNN tacha habitualmente de terroristas islámicos, por serlo, o no. ¿Cómo explicarle que no «acabé» allí sino que más bien todo comenzó allí, que las islas no son un «no lugar» al que sólo se pueda ir de vacaciones sino que algunos además nacimos allí, que allí murieron nuestros antepasados, que la gente vive, hace horas extras, se enamora, canta folías, falta al trabajo, gana partidos de fútbol-sala, comparte cuartas de vino, echa curriculums, hace pintadas y demás asuntos en esos siete peñascos… Confieso que en ese momento lo único que se me ocurrió fue contestarle que a veces me preguntaba cómo yo había acabado ahí, en Virginia Occidental.
La arrancadilla: Quizás alguno de ustedes tenga más suerte que yo. Quería recomendarles la adaptación que hizo Steven Spielberg -juraría que fue él o al menos la produjo- sobre la pieza de Arthur Miller, An American Clock. No he podido encontrarla pero sirva la recomendación, cómo no, también para el texto de la propia obra. Se trata de un drama teatral acerca del crack del 29. Encontrarán en él pasajes insuperables del mejor Arthur Miller y quizás algún eco del presente.