Confieso que siento cierta simpatía por el actual ministro de educación, José Ignacio Wert. Abomino de sus planteamientos, pero le reconozco y admiro su franqueza, virtud tan poco corriente en política. A esa honestidad debemos sus declaraciones sobre la necesidad de españolizar a los niños, que tantas críticas furibundas le granjearon y que yo le aplaudí: por fin un responsable de educación exponía a las claras el fin que persigue la enseñanza en España.
Ese fin españolizador no es de ahora, viene de muy atrás, ha estado presente en gobiernos conservadores y progresistas por igual, y no es otro que el de promover una identificación acrítica con la nación española; el de «difundir un imaginario colectivo que realce las virtudes supuestamente comunes de una población culturalmente poco homogénea», tal y como expone López Facal en esta ponencia sobre la enseñanza de la historia. De entre los datos que aporta sorprende por ejemplo que, mientras la educación secundaria en España incluye una asignatura obligatoria de historia nacional, en su entorno europeo esa materia se dedica a la historia universal contemporánea. Peor cariz toma el asunto cuando vemos qué contenidos se transmiten, vean si no los siguientes mapas, extraídos de un libro de texto editado en 2000:
¿Cómo se justifica históricamente la inclusión de Canarias en un mapa de la Península Ibérica antes de la romanización (Hispania prerromana, la llaman)? ¿Qué fundamento científico tiene la inclusión de Canarias en un mapa de la Hispania romana? ¿O de la Europa indoeuropea? ¿Cómo se explica la frontera pirenaica, que no existiría hasta más de 10 siglos después? Propagar una falsedad histórica de esta magnitud entre escolares no tiene justificación posible, ni siquiera tiene explicación racional, más allá del afán de adoctrinar a los alumnos en el engaño de la existencia intemporal de una nación española uniforme, a la que Canarias ha pertenecido incluso cuando los pueblos ibéricos ni la conocían. En una palabra: españolizar. Que esa mentira la den por cierta en una situación comunicativa de superioridad (profesor-alumno) hace todavía más repulsiva la tergiversación.
Habrá quien piense que esa función adoctrinadora es característica de la derecha española; lo cierto, sin embargo, es que ha sido una constante también en los gobiernos llamados progresistas. López Facal desvela cómo a pesar de sucesivas reformas educativas de distinto signo, los hitos de la historiografía romántica (resistencia «nacional» a la romanización; «unidad nacional» visigoda; «reconquista» y monarquía de los Reyes Católicos) se han mantenido de manera sutil en clase y tienen ahora su extensión en los pilares del eurocentrismo (ausencia de referencias a culturas exteriores, simplificación de lo grecolatino, homogeneización de la Edad Media), que proyectan una imagen ideal de un pasado europeo común y uniforme. Si este lavado de cerebro es ya de por sí una vergüenza, en el caso de Canarias es además verdaderamente estrambótico, una fantasía travestida de historia: Canarias ni formó parte de Roma, ni de los reinos visigodos, ni participó en la «reconquista», ni fue parte más que indirectamente de la unión dinástica de Isabel y Fernando, ni experimentó el feudalismo a la europea. Canarias forzosamente ha sido y es otra cosa; a partir del siglo XV en el archipiélago se conformó una sociedad completamente novedosa, diferente de lo conocido hasta entonces: la primera sociedad de tipo colonial de la historia, que junto a otros elementos nos trazó un camino distinto, propio, que nos caracteriza hasta hoy. Esa otredad sigue presente en el subconsciente español, a pesar de todo, y de hecho ya estaba naturalmente recogida en la historiografía española anterior al viraje españolizador, como atestigua el siguiente mapa, que data de 1854:
Así pues, la paradoja está servida. Mientras el inconsciente colectivo español no incluye Canarias, el discurso se explicita en torno al concepto de posesión, pero convenientemente endulzado con la martingala de la relación histórica milenaria y la identificación del archipiélago con lo ibérico. Una falsedad sancionada por el sistema educativo español. Que ese sistema le pase por arriba al hecho canario como un rodillo, propague la mentira y persiga objetivos políticos en lugar de educativos, supone la mayor amenaza a nuestra supervivencia como pueblo. En esta España sólo cabe una única visión nacional, que es pura ciencia-ficción. En ella los canarios somos como los extraterrestres venidos de otro mundo, a los que hay que programar y camuflar como terrícolas para que nuestra mera presencia no delate la tramoya que sostiene el dogma de la unidad.