Con el nombre genérico, popular y algo impreciso de “campo de concentración” hemos querido referirnos a todas aquellas instalaciones, muchas de ellas improvisadas para la ocasión, que en Canarias acogieron a aquellas personas acusadas de haber apoyado o participado activamente en la II República española, partidos de izquierda y/o republicanos, librepensadores, masones, homosexuales,… y prácticamente todo aquel susceptible de estar en contra del golpe de Estado del dictador Francisco Franco. Así, no nos detendremos en la distinción entre campos de concentración, centros de castigo, centros para prisioneros de guerra, centros para presos gubernativos, batallones disciplinarios y otras dependencias puesto, de la que han dado cumplida cuenta historiadores como José Manuel Pérez Lorenzo o Sergio Millares Cantero.
En Canarias hubo campos de concentración, similares a los existentes en otros conflictos en otros lugares del mundo, y esto no debe olvidarse jamás. Ojalá llegue pronto el día en que esto se estudie en los institutos de enseñanza secundaria canarios como parte no sólo de un programa de recuperación de nuestra memoria histórica sino como elemento central de una escuela canaria, que nos enseñe a ser del mundo desde Canarias. Pero comencemos ya con un breve y nada exhaustivo recuento de estos infames lugares.
En Gran Canaria y en Tenerife, la cantidad de reos que había que encarcelar y, en muchos casos, torturar y asesinar de múltiples formas, hizo que se habilitaran lugares específicos de dimensiones considerables para tales funciones, abarrotadas ya las sendas prisiones provinciales. En Gran Canaria, en un primer lugar, fue el Campo de Concentración de La Isleta, el cual, también abarrotado, fue abandonado a partir de mediados de febrero de 1937 para concentrar a los presos en las instalaciones del antiguo Lazareto de Gando. Más tarde, serían nuevamente trasladados al Campo de Concentración de Las Torres, hasta mayo de 1941. El que el primero de los lugares se hallara tan cerca de un barrio obrero podía incitar –y de hecho, así fue- algún intento de rebelión, ante la certidumbre de los asesinatos que allí estaban teniendo lugar.
Sin embargo, el hecho de hallarse en plena ciudad, no pareció detener a los golpistas en Santa Cruz de Tenerife, que desde bien pronto dispusieron de la cesión de los almacenes de la compañía distribuidora de fruta Fyffes para fines parecidos. Así nace la tristemente conocida como prisión de Fyffes, que había de durar hasta 1950 y que el antiguo recluso José Antonio Rial, exiliado en Venezuela, inmortalizara en su novela La prisión de Fyffes. Historiadores como Salvador González Vázques o el ya mencionado Sergio Millares Cantero han relatado con detalle las terribles condiciones de vida –y muerte- de los prisioneros, que se estiman que llegaron a alcanzar en algunos momentos la cifra aproximada de 1.500 en cada uno de estos centros. Por último, en la isla de Tenerife, la existencia de Fyffes coincidió con otras instalaciones como los Barrancones de Los Rodeos y Vilaflor o los célebres barcos-prisión o cárceles flotantes, donde se hacinaban igualmente numerosos presos, así como la Cárcel de Mujeres de La Orotava.
De la también tristemente famosa Colonia Agrícola Penitenciaria de Tefía (Fuerteventura), destinada a los homosexuales, ya hemos dado cuenta en otra entrega de nuestra serie “Memoria Histórica Canaria”. Es menos conocida la existencia de El Jablito, en la isla de El Hierro, campo de concentración donde se retuvo a unos sesenta hombres a consecuencia de unos actos reivindicativos de la II República que tuvieron lugar nada menos que en mayo de 1944 en aquella isla. En concreto, nos referimos a un mitin republicano celebrado en la Fuente de Isora a instancia de los huídos herreños que permanecían en clandestinidad, aunque protegidos por la población. Las autoridades, alarmadas, crearon inmediatamente El Jablito y encarcelaron a las mujeres a la Escuela de San Andrés.
Aunque el volumen de información del que hoy disponemos es infinitamente superior al de años atrás, gracias al abnegado trabajo de historiadores como los mencionados y otros, queda todavía muchísimo por hacer a la hora de reivindicar y normalizar la Memoria Histórica Canaria. Existe, por ejemplo, un monumento a los Presos de Fyffes en Santa Cruz. Igualmente ocurre en Tefía. Nada parecido existe en Gran Canaria que recuerde a tantos presos que pasaron por La Isleta, Gando o Las Torres. Y, en general, echamos en falta un recuerdo más presente a los en torno a 20.000 ciudadanos canarios que sufrieron la terrible experiencia de ser internado en un campo de concentración. Por dignidad, por justicia y también para que nunca más vuelva a suceder.
P.S1: Quien esté interesado en un acercamiento literario al tema que hoy tratamos, no debe perderse la magistral novela El barranco, de la canario-cubana, Nivaria Tejera.
P.S2: Por su interés, reproducimos el documental de la serie «La memoria silenciada», a cargo del tinerfeño David Baute, sobre la Prisión de Fyffes.
P.D: El vídeo que reproducíamos en su momento ha dejado de estar disponible por una reclamación de la productora Tinglado Films a Youtube. En cualquier caso, recomendamos su visionado.