Vaya por delante que cada cual es libre de sentir los colores del equipo que quiera o le dejen, igual que es libre de escoger opciones políticas divergentes sólo en apariencia, o de adquirir productos de marcas competidoras que al final pertenecen al mismo grupo empresarial. Personalmente me alegré de la victoria del combinado español en la Eurocopa, victoria merecida por juego en un campeonato malo de solemnidad y caracterizado por sus efectos soporíferos, salvo 2 ó 3 partidos.
Pero una cosa es el mérito deportivo y otra muy distinta la catarsis nacionalista desatada por el trofeo. Resulta bastante indicativo que la idea de España siga tan necesitada de iconos que la reafirmen y le sirvan de aglutinador, que apuntalen el dogma de fe nacionalista de una concepción de España que no se mantiene por sí sola. Y es que las celebraciones han ido mucho más allá de la natural alegría por el logro deportivo, y se han dado sobre un sustrato de autoafirmación mediante el fútbol hacia el exterior (frente a la pésima imagen exterior de España por la economía del ladrillo que a muchos hacía sacar pecho hasta el otro día) y hacia el interior (frente a las posiciones contrarias a una idea de España uniformizadora y homogeneizadora).
En Canarias esa autoafirmación va más allá y entra de lleno en el terreno de la imposición, de la cultura de la dominación. Sólo así se explica la aparición de banderas rojigualdas adornando las estatuas de Ayoze y Guize en Fuerteventura, o Hautacuperche en La Gomera. Independientemente de que uno se sienta más o menos, plenamente o nada español, el gesto es rastrero y desvergonzado; las efigies son representación de un pueblo que luchó contra lo que después sería España, y que sufrió esclavitud, persecución, discriminación y explotación en su propia tierra. La barbarie se cebó con ellos y se consumó un genocidio cultural.
Ese pueblo es parte de nuestra historia, de nuestro devenir como canarios, está profundamente enraizado en lo que somos, independientemente del sentimiento de cada cual, insisto. Es una profunda falta de respeto restregarles por los besos el símbolo de quienes los oprimió y esclavizó. Sin embargo, esa es la actitud generalizada en la concepción de España que impera, una concepción inmadura e incapaz de tematizar y asumir la diversidad o el genocidio cultural cometido, incapaz de mirar atrás con respeto, con rigor. Su premisa es desnaturalizar y vaciar de contenido todo lo que no cabe en su infantil idea de lo que debe ser España, pisotearlo, menospreciarlo. Cultura de la dominación y dominación cultural.
Nada sólido se puede construir sobre la humillación, el desprecio, la ocultación y la ignorancia, y nada positivo puede surgir allá donde no hay respeto. Tendríamos que irlo exigiendo de una maldita vez.