Nada nuevo. Ahora es Henry Sicilia, de la Asociación de Agricultores y Ganaderos de Tenerife (ASAGA), quien alerta sobre los datos de la dependencia alimentaria en las islas, concepto opuesto éste, como es fácil deducir, a la deseable soberanía alimentaria. “El 90 % de los animales que se consumen en Canarias viene del exterior”. Este tipo de declaraciones son frecuentes tras la publicación de los datos trimestrales del Índice de Precios del Consumo (I.P.C.) o simplemente cada vez que se entrevista a algún representante del sector primario. Sin embargo, pasan los años, se suceden los gobiernos de Coalición y algún cómplice y poco parece cambiar. Las campañas de fomento del consumo de productos canarios tienen menos pegada que el liderazgo de José Miguel Pérez (por si no lo conocen, el secretario general de los socialistas canarios) y chocan con la política de hechos del Gobierno “nacionalista”, que apoya la importación de productos extranjeros a través del Régimen Específico de Abastecimientos (R.E.A.) sin cortarse un pelo, oigan, situándolos en abierta competencia desleal con la producción del país. Entre apoyar al oligarca importador criollo o al agricultor canario, Coalición siempre lo tuvo claro. El mago debe ser un espécimen que sacar a pasear en las romerías y poco más. Su cultura, una muestra para los museos etnográficos, un teatrillo para el Día de Canarias. En las folías, lo exaltamos; en los Consejos de Gobierno, lo ponemos en su sitio. De otro lado, el moribundo sector de la agricultura de exportación agoniza reclamando ayudas a España y Europa, que suelen consistir en pedir que se ayude más a Canarias de lo que se ayuda a Marruecos. Urge la reconversión de este sector antes de que toque fondo, si es que no lo ha hecho ya pero la ausencia de liderazgo e ideas de este Gobierno es tal que pareciera que lo próximo en tirar al fondo de los barrancos es a los mismos agricultores. A ver si así se acaba el problema. Uno piensa, cada vez más, que estamos solos en esto, que o impulsamos experiencias ejemplares, cambios pedagógicos en la base de la sociedad o el colonialismo comercial termina por liquidarnos. Nuestras frutas y verduras alcanzarán entonces ese tono casi mitológico de las descripciones de Cairasco o Viana y acaso, nosotros mismos, entraremos en la galería de pueblos que una vez salieron de la Historia para cumplir fielmente este papel que Europa, España y las oligarquías isleñas parecen habernos asignado: consumir sin fin lo que ellos producen o importan.