El arte dramático es capaz de unir la belleza del texto literario con la plasticidad de la pintura, y de hacerlo todo ante nuestros ojos. Sin postproducción ni vuelta atrás.
De todas las artes, el teatro ocupa un lugar especial: capaz de removernos las entrañas y de conectarnos con nuestro aquí y ahora, como si de un equilibrista se tratara, el actor de teatro tiene que darlo todo ante el espectador quien, supremo juez, dictará sentencia tras la obra en forma de tímidos aplausos o de atronadora aclamación.
Bello arte; e irremplazable.
Sería imposible nombrar todos los actores y grupos que me han emocionado, hecho pensar o impreso una huella indeleble en el espírtiru. Por citar sólo algunos, recuerdo aquella maravillosa “Ay, Canarias mía”, de Profetas del Mueble Bar, en el Teatro Guiniguada de Las Palmas, o aquel inquietante “Tic-Tac”, de Delirium Teatro, en el Guimerá de Santa Cruz; en el ámbito universitario, “La Comedia del Recebimiento”, del Teatro Universitario Alejandro Cioranescu, en el Paraninfo de la ULPGC y en el Teatro Municipal de Guía de Gran Canaria, me tuvieron atado a la butaca hasta el último suspiro sobre el escenario; en el capítulo de las obras no vistas, la representación de “Proceso contra Secundino Delgado”, en el Teatro Leal de La Laguna a cargo de Teatro Independiente Canario, es una espinita que aún no he podido sacarme.
Grandes momentos vividos y aún por vivir…
El panorama general del teatro en Canarias, sin embargo, no me mueve al optimismo. A pesar de esas maravillosas obras, actores y dramaturgos, el ambiente que se respira en el mundo teatral es –lo diré claramente- repetitivo, provinciano y clientelar.
Repetitivo porque se ha tomado el cliché de la comedia como “clave para el éxito”, y podemos ver en la cartelera cienes y cienes de obras cómicas que supuestamente sacian la sed teatral del público canario.
Provinciano porque cuando vienen compañías invitadas (caso del Teatro Cuyás, en la capital grancanaria) lo hacen dentro de giras organizadas por toda España, sin ninguna discriminación ni otro criterio que no sea, “pues si aceptan venir, que vengan”. A esto, la buena burguesía criolla palmense responde, por lo general, bien.
Y clientelar, porque la práctica totalidad de las representaciones teatrales tienen lugar en espacios públicos (y ya sabemos lo que eso suele significar en nuestro país: no que sea de todos, sino que está gestionado por el jefecillo partidista de turno); de manera que la buena idea, al final ha de venderse, no al público, sino a la institución pública que corresponda.
Todo esto me hace pensar que, a pesar de las honorables excepciones a las que me he referido antes (a las que habría que añadir, eventos como el Festival Teatral del Sur, en Agüimes), mientras no haya más implicación privada en el mundo del teatro en Canarias (por parte de las propias compañías de teatro, para empezar, que podrían gestionar eventos y espacios escénicos), este arte, como norma, seguirá estando preso de la maquinaria clientelar del caciquismo postfranquista que todavía domina en Canarias.
Y es una pena porque… chacho, con lo que a mí me gusta el teatro…