“¡Salimos a nivel nacional!” ¿Cuántas veces habré oído eso? Cuando en algún medio de comunicación de la metrópoli tienen a bien nombrarnos por cualquier razón, siempre hay alguien que suelta la frase. No entran aquí los sucesos. Pienso más bien en los Carnavales, alguna fiesta popular, la gastronomía, el turismo ¡cómo no!, etc. El canario da muestras de una alegría ingenua pero sincera. ¡Se acordaron de nosotros! “Salimos a nivel nacional” ¿Se puede decir más en menos? Y, sobre todo, ¿se puede decir más sin pretenderlo? Porque, a mi juicio, es bien claro que detrás de esa repentino entusiasmo no se esconde sino un enfermizo sentimiento de orfandad que explica muchas cosas.
Explica la percepción de abandono real que existe en la sociedad canaria, olvidada como ha sido durante siglos. Detrás del sentimiento subjetivo, rastreamos la huella objetiva de hechos históricos no tan lejanos. Revela la incapacidad de análisis crítico de los fenómenos sociales, que son percibidos y asimilados de la manera más superficial. El alienante sistema educativo español en Canarias no dota a los canarios, generalmente, de herramientas analíticas críticas con las cuales poder subvertir los esquemas de dominación ideológicos, económicos, sociales, informacionales,… Sin embargo, aún más interesante que todo esto, se me antoja ese comportamiento tan pueril por el cual los canarios –hijos abandonados- suplican la más mínima muestra de cariño de la madre soberbia que tanto los desprecia mientras colma a sus otros hijos. El hecho de aparecer aunque sea de refilón en el programa más mediocre de la televisión española ya hace que el niño desvalido vuelva a su “natural” estado de adoración y postración ante la figura de autoridad venerada. ¡Con qué facilidad se olvidan los agravios cuando la autoestima está por los suelos! ¡Qué fácil es contentar a los canarios con un poquito de atención! Si además, la que aparece en la tele es tu isla y no la del vecino, ya la felicidad roza el éxtasis.
En un camino de ida y vuelta, haber aparecido “a nivel nacional” convierte al objeto de referencia –en definitiva, Canarias- en algo valioso y “digno”. Recibir la atención casual e interesada de nuestra madre nos dignifica, nos devuelve a nuestro “lugar natural”, el seno confortable de la madre que nos alumbró. Estamos perdonados por algún pecado original que cometimos y podemos regresar a ese paraíso español del que inopinadamente fuimos expulsados. Si alguna vez osamos levantar la voz, nos arrepentimos profundamente, ahora que nuestra madre nos presta atención y, de paso, nos vigila. Así funciona la mente de muchos canarios, que necesitan que sus paisajes, por ejemplo, aparezcan en algún medio metropolitano para concederles algún valor. U olvidan algún fugaz proceso de empoderamiento apenas iniciado para volver al redil acostumbrado. Pasado el embrujo de la tele, vuelta a la minusvaloración de lo propio tan acostumbrada. Y vuelta a esperar el próximo gesto interesado de la soberbia madrastra, no madre, Castilla.
No se me ocurre una relación más malsana que la que describo, fruto de siglos de expropiación, sometimiento, alienación y socavamiento de la autoestima y percepción propia de un pueblo. No esperemos que un pueblo aún preso de estas servidumbres inicie ningún proceso de cambio social merecedor de tal nombre. En mi opinión, malgastan su tiempo y energías quienes intentan que el canario solucione otras cuestiones de enjundia sin empezar por lo más básico: aquellas cuestiones referidas a su propia identidad, el lugar que ocupa en el mundo, lo que es y lo que merece ser. ¿No es acaso hora ya de que el niño crezca y sepa poner límites a su madrastra?