
Que la Lucha Canaria es una joya del patrimonio cultural mundial no debe ser hoy una novedad para nadie. Es un tesoro que los canarios aportamos a la riqueza cultural del planeta, no sólo en lo deportivo, en lo físico, en lo etnográfico, en lo histórico: pocas manifestaciones culturales similares se me ocurren en las que la tradición prime la nobleza sobre la victoria, el respeto al vencido sobre la exaltación del vencedor, la derrota generosa sobre la victoria indigna. Ya en lo puramente luchístico, tampoco abundan los ejemplos que alcancen el nivel de exquisitez técnica y la plasticidad estética tan característicos de nuestra lucha. Por si todo esto fuera poco, la lucha canaria tiene otro valor inmenso, que a menudo pasa desapercibido, y que es su extraordinaria capacidad de unir y estrechar lazos entre pueblos, entre islas, algo tan necesario en este país fragmentado.
Este magnífico legado, sin embargo, no siempre ha gozado del cuidado y reconocimiento que merece. El siglo XIX fue especialmente difícil, con las élites eurocentristas, cerriles e ignorantes de la época clamando desde las tribunas de la prensa contra la manifestación bárbara, perniciosa e impropia de la modernidad que según ellos era la lucha canaria, deporte canario por excelencia. Las autoridades llegaron a prohibir su práctica, penada severamente por ley.
Pues bien, uno pensaba que esta cerrazón y estrechez intelectual decimonónicas eran cosa de siglos pasados y que sólo sobrevivían en los libros de historia. Pero o alguno inventó la máquina del tiempo a la zorruda, o hay quien todavía no se entera de en qué siglo vive: un inspector de zona ejecuta una orden mediante la cual se prohíbe impartir clases de lucha en los colegios del cono sur de la ciudad de Las Palmas.
De momento, la Consejería calla sobre este repentino afán suyo por H.G. Wells, a pesar de que la Federación de Lucha le remitió un escrito el 14 de diciembre pasado solicitándole la retirada de la prohibición, que interrumpe el trabajo de 10 años que vienen realizando técnicos titulados en enseñanza de lucha canaria a escolares. Tampoco atienden a preguntas en su Twitter la Consejería ni el consejero, José Miguel Pérez, socialista él para más señas. Creía yo que la presencia de instituciones y políticos en las redes sociales era una cuestión de cercanía al ciudadano, de promover el diálogo directo, pero está visto que no. Y es una pena, porque siento muchísima curiosidad por conocer qué razones expondrán para justificar este carpetovetónico viaje hacia atrás en el tiempo.
Sea como fuere, si de regresar al pasado se trata, sepan que la lucha ha tenido ayer como hoy valedores y quien la defienda de ignorantes ilustrados. En 1897, o sea en la época del desprecio de nuestro noble arte, publicaba el Diario de Tenerife un extenso artículo que un tal Juan de Anaga enviaba desde Madrid, y que terminaba diciendo lo siguiente:
«¿Pero será que la presente generación ha perdido el gusto por la fiesta canaria?
¿Será que, obedeciendo á esta funesta ley que nos arrastra al enervamiento moral y físico, vá desapareciendo aquella raza vigorosa de luchadores?
¿O será –triste es decirlo– que ha prevalecido la afición á las sangrientas corridas de toros? […]
Deseamos por respeto á la tradición que vuelvan las luchas á ocupar lugar predilecto en nuestros regocijos, y que las corridas de toros tan impremeditadamente introducidas en Tenerife, no consigan despertar la afición de nuestros paisanos, cuyas morigeradas costumbres se avienen mal con tales escenas.
Pero si así no fuese, si por desgracia arraigasen, entonces, pronto se notarán las consecuencias perniciosas; la estadística criminal aumentará considerablemente, la rufianesca navaja dirimirá las contiendas del repugnante flamenquismo, plaga social debida á la influencia letal del toreo, y se enriquecerá con nuevas palabrotas, él ya largo vocabulario de nuestros deshonestos improperios». (El texto completo se puede consultar aquí).
Hoy como ayer toca, una vez más, levantar la voz para defender a la lucha. Toca, una vez más, levantar la voz para defender nuestra cultura. Y tocará acordarse de Juan de Anaga el próximo mes de abril.