Antonio Morales habla en este artículo sobre la ofensiva liberal que avanza a grandes pasos en Europa.
Está envalentonado. Está que se sale. Su consigna es ir a por el Estado y sus instituciones y lo va logrando. El neoliberalismo más salvaje ha recrudecido la ofensiva que inició en la década de los ochenta del siglo pasado y no permite que se de un paso atrás ni para coger carrerilla. Bien por la incapacidad o la cobardía para hacerle frente demostradas por una gran parte de la socialdemocracia o bien por la complicidad de los sectores más conservadores para servirle de excusa democrática y política hasta alcanzar sus objetivos, lo cierto es que cada día asistimos a un paso más en el camino de adelgazar lo público hasta el infinito, de hacer hincar la rodilla a la democracia, de sustituir el Estado por los mercados.
Tras la llegada del PP al Gobierno de España lo cierto es que, desde su propio seno o desde los medios de comunicación que lo auparon y le alientan, no dejan de lanzarse consignas encaminadas a hacer efectiva esa ideología profundamente reaccionaria y depredadora.
En una campaña muy bien pergeñada, en plena contienda electoral y al calor del previsible triunfo de los populares, un sector empresarial-político-mediático puso en marcha en Canarias la demanda de la desregulación de las leyes que protegen el territorio y detrás la imperiosa necesidad del gas, de las prospecciones petrolíferas, de una RIC a demanda,… etc.
En su primera visita a Canarias, en olor de multitudes, -no en vano ya se nos había vendido que su nombramiento tenía para nosotros el mismo significado que si nos hubiese tocado el Gordo de Navidad- el flamante ministro José Manuel Soria lo dejó muy claro en La Provincia: su intención era “facilitar las cosas y remover los obstáculos para que Canarias vuelva a ser, desde el punto de vista económico, una plataforma de libertad para la inversión y para el consumo, donde las restricciones sean la excepción”.
Pero eso no está sucediendo solamente en esta tierra nuestra. Europa se ha convertido en el campo de batalla más cruento del neoliberalismo y España no se quiere quedar a la zaga, por eso distintos voceros mediáticos no dejan de alentar a Mariano Rajoy a vaciar radicalmente el Estado. Al día siguiente de las declaraciones de Soria, en El Mundo, Salvador Sostres lanzaba una andanada al Presidente y le conminaba a tomar decisiones distintas a la de la subida de impuestos, para que la crisis no la siguieran soportando ¡“la burguesía y los ricos”!: “Ningún país libre necesita más impuestos. España necesita más libertad para crear riqueza, una reforma laboral que incluya la abolición del Estatuto de los Trabajadores (…) España necesita más libertad y menos Estado, y por lo tanto que patrón y empleado puedan entenderse sin intermediarios…”; un editorial del mismo periódico llamaba a llevar a la cárcel a los políticos que incumplieran con el objetivo del déficit; Carlos Cuesta pedía “recortes drásticos en la Administración”…
Frente al liberalismo social o progresista de Hobhouse, Keynes, Beveridge o J. Rawls -en franco retroceso, fagocitado por organizaciones populistas y conservadoras- que piensa que la defensa de los derechos humanos debe ocupar un lugar fundamental y que defiende la libertad como valor supremo y la libertad de mercado sin renunciar a la defensa de la autodeterminación democrática, de un salario digno, la seguridad laboral, la igualdad, la justicia social y en el imperio de la ley del Estado de Derecho…, el neoliberalismo se ha erigido en la más perversa ideología del siglo XXI. Surgido en las postrimerías de la Segunda Guerra Mundial, es en la década de los ochenta cuando empieza a tomar forma de la manera virulenta en que hoy lo conocemos. Hayek, Friedman y Bauchanan, entre otros, han alentado unas hornadas de neoliberales profundamente antidemócratas que desprecian la política y persiguen la anulación del individuo, que solo tiene valor como consumidor. Poseer, consumir y acumular es su religión y la política no puede interferir en los movimientos del capital por el mundo. La democracia, lo público, la protección de los más débiles, los valores…, no tienen ningún sentido. Los partidos políticos son instrumentos de alternancia pragmática para justificar un modelo de democracia formal, pero cautiva e instrumentalizada. El Estado es una amenaza para las libertades y debe quedar reducido a la mínima expresión (si acaso para socializar las pérdidas) y, por supuesto, está de más cualquier tipo de impuestos a los más ricos y la protección de los trabajadores, del medio ambiente… Todo debe ser privatizado y desregulado. Para la neoliberal Mont Pelerin Society (fundada por Hayek) “la expansión del Estado es un peligro, y no menos el Estado del bienestar”. Las libertades cívicas y políticas no pueden ser un freno para las libertades económicas y por eso no le hacen ascos a las dictaduras: Milton Friedman fue asesor de Pinochet (el padre, porque el hijo David es todavía peor: es un anarcocapitalista que reniega del Estado, hasta para la seguridad) y Hayek afirmó que “un dictador puede gobernar de manera liberal, así como es posible que una democracia gobierne sin el menor liberalismo. Mi preferencia es una dictadura liberal”.
Es la dura realidad. Se nos impone poco a poco una ideología que va destruyendo el Estado desde dentro, vaciando lo público, privatizándolo todo: lo hicieron con las eléctricas, la banca, correos, telefónica y continuarán con los aeropuertos, la lotería…y después seguirán con la sanidad, la educación… y a seguir disminuyendo al máximo los derechos laborales, sociales…; pondrán contra las cuerdas al Estado de bienestar (según Alan Greenspan “ las redes de seguridad social existen prácticamente en todas partes, en mayor o en menor medida. Por su naturaleza, inhiben el ejercicio pleno del laisser-faire, sobre todo mediante las leyes laborales y programas de redistribución de las rentas”); persistirán en seguir abriendo brechas entre ricos y pobres y luego terminarán sometiéndonos por el miedo frente a la incertidumbre, la fragilidad y la pobreza. Hoy, además, colocan tecnócratas servidores de las políticas neoliberales en distintos países europeos y alientan gobiernos parafascistas como el de Hungría.
Están en esas. Por eso Soraya Sáens de Santamaría nos advirtió que las primeras medidas que ha tomado el nuevo Gobierno del PP era solo “el inicio del inicio”. Por eso ponen a los tecnócratas de Lehman Brothers y Golmand Sachs a administrar la situación. Por eso, en vez de proponer una alternativa económica sostenible (eliminan las partidas destinadas a la investigación) se centran en recortar y recortar, lo que solo produce paro y pérdida de derechos en vez de apostar por la inversión pública, porque podemos, porque tenemos menos deuda pública que Francia o Alemania. Por eso nos hablan del gas, de las extracciones de crudo, de la desregularización del territorio, de una fiscalidad laxa para las grandes fortunas y no muestran la menor preocupación por los miles y miles de ciudadanos que sufren exclusión social, por el aumento del número de parados, por la desaparición de nuestro sector pesquero, por nuestra precaria sanidad y educación, por los recortes en los servicios sociales, por la nula aplicación de la Ley de la Dependencia… Y todo eso ante una mayoría social pasiva e indiferente. Algún día lo lamentaremos.