En este artículo, Antonio Morales expresa su opinión sobre el mensaje navideño del rey.
Cada año- y ya van 36-, al calor de la Nochebuena, el Rey de España se dirige a sus ciudadanos (que no súbditos) para leerles a través del telepronter de turno un texto, pactado con el Gobierno que toque, que no deja de ser un canto a lugares comunes, aparentemente inocentes, pero que la mayoría de las veces esconde una profunda carga ideológica, conservadora y excluyente de las fuerzas de izquierda y nacionalistas. Como siempre, al día siguiente los medios de comunicación dedican páginas y páginas a comentar las bonanzas de las palabras del Monarca y los partidos mayoritarios –PP y PSOE- aplauden las afirmaciones que previamente han escrito o fiscalizado las personas que ellos mismos han designado. Y es que a muchos les pone eso de ser cortesanos. Este año incluso algún periódico llegó a titular su editorial de esta manera: ¡”Una lección del Rey Juan Carlos a los políticos”! Como ven se trata de una auténtica farsa encaminada a perpetuar rutinariamente un status y un sistema (no me refiero solo a la monarquía, hablo de la democracia que es lo que realmente me preocupa) al que los españoles van poco a poco dando la espalda sin que nadie haga un análisis del por qué y de las terribles consecuencias que ello nos pueda acarrear. De hecho, y con respecto a este discurso navideño, los espectadores o los shares bajan cada año, habiéndose perdido en diez años más de dos millones de televidentes y casi 25 puntos de cuota de pantalla. No es casualidad entonces que la política y los políticos sean la tercera preocupación de los españoles en estos momentos y que la monarquía haya suspendido por primera vez desde 1994, año en que el CIS comenzó a realizar una encuesta sobre su valoración por parte de la ciudadanía: frente al aprobado más alto a una institución en 1997, con 6,67 puntos, en esta ocasión la monarquía sólo alcanza un 4,29 de valoración, por detrás del ejército y de los medios de comunicación. Y desde luego, dos minutos de “aplausos cerrados” de los diputados en el Congreso no significan más que la autocomplacencia, la escenificación de una casta que se retroalimenta y que no va a cambiar por eso el sentir ciudadano.
Sigue leyendo el artículo aquí.