Anoche me enteré de la muerte de Sergio Correa. Recibí la triste noticia tarde, cuando ya había sido su incineración en el tanatorio de San Miguel. La puñetera enfermedad que tantas vidas se lleva también abatió a este hombre vitalista, creativo, fabricante de sonrisas, artesano, folclorista, compositor e intérprete de música popular…
La televisión lo hizo más popular todavía. Sus chistes en La bodega de Julián alegraron miles de casas canarias. Pero Sergio era mucho más que un fabricante de sonrisas, era un artista de las manos y también un compositor de música popular. Quedé pendiente el potajito en su casa de San Mateo al que me invitaron Sergio y Margot. “Allí puedes tener a los chiquillos sueltos” me dijo con su sonrisa socarrona y el brillo en sus ojos cuando me lo encontré en Agaete, con mi cara de padre preocupado porque mis hijos querían caminar sobre las piedras de la playa mientras yo hablaba con Sergio y Margot.
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