Me he estado acordando estos días de cuando Felipe González, siendo presidente del gobierno de España, puso de moda la expresión «por consiguiente», de modo y manera que no había en aquellos días alegantín con más o menos ínfulas que no fuera regando sus diatribas de «por consiguientes» por aquí y por allá.
Algo parecido, salvando las distancias, parece estar logrando Paulino Rivero con su «universidad de la vida», que ya empieza a calar en el discurso de algunos oportunistas. Recordarán ustedes que la ocurrencia surgió a raíz del nombramiento de Willy García como director de la televisión canaria, un director sin título ni estudios de periodismo que en una entrevista radiofónica reciente esgrimía La Gala como programación de cultura, como si Don Willy no conociera perfectamente la diferencia entre cultura y espectáculo (¿la conoce?). Al carro se sube ahora el empresario Amid Achi, que dijo en las primeras jornadas de formación profesional que «los grandes empresarios de la historia no han ido a la Universidad, sino que han aprendido en la calle, en la universidad de la vida». Será que quienes sí estudiaron en la universidad no tuvieron nunca contacto con la calle y viven en una especie de limbo, ajenos a la realidad y a eso que Rivero y Achi llaman «la vida».
Dice Don Paulino que “hay gente que con esfuerzo y con su inteligencia natural es capaz de darle tres o cuatro vueltas a otro que ha estudiado dos o tres carreras», como si estudiar una carrera no supusiera un gran esfuerzo, o como si a la universidad no fuera a parar gente inteligente también, que alguno habrá. No sé yo si me dejaría operar por un cirujano sin título, por muy inteligente que sea y mucha «universidad de la vida» que tenga a sus espaldas, o si me quedaría tranquilo cruzando un puente trazado por cualquier «universitario de la vida» capaz de darle no sé cuántas vueltas a un ingeniero. Debo de ser un elitista sectario aquejado de titulitis galopante.
Por eso no entiendo que Don Paulino sea capaz de decir a un tiempo una cosa y su contraria, que ensalce «la universidad de la vida» y seguidamente apueste por la formación, y le diga a los jóvenes que hay que seguir formándose, que «la formación no termina nunca», que «las oportunidades vienen de una sólida base de formación y de la ambición que uno tenga». ¿Pero no quedábamos en que lo principal es la «universidad de la vida»? ¿Que tener dos o tres carreras no merita la pena porque hay gente sin estudios que te da tres o cuatro vueltas?
Desde luego, eso es lo que parece preconizar el gobierno. El presidido por Rivero tiene el récord de conflictividad con el sector educativo, con la consejera Milagros Luis Brito, de infausto recuerdo. Su partido gobierna Canarias hace décadas, las mismas en las que la FP ha languidecido sin apenas medios para subsistir, mucho menos para convertirse en la alternativa creíble, sólida y de calidad a los estudios universitarios que debe ser; ese mismo gobierno es el que corta las alas de las escuelas de idiomas (al tiempo que ensalza la importancia del inglés o el francés) o reduce los contenidos canarios a la mínima expresión. Por no hablar de la nula oferta formativa para adultos, al estilo de países como Alemania o los nórdicos, donde quienes no tuvieron oportunidad de estudiar de jóvenes tienen a su disposición cursos prácticos, charlas, jornadas, debates, todo a un precio muy razonable, cuando no de forma gratuita, en horario de tarde. En Canarias no les brindamos esa oportunidad, basta con decirles que ellos son licenciados en la «universidad de la vida», sale más barato y sólo requiere cara dura.
Y ahí es donde está la jugada maestra de Rivero. Según datos del ISTAC de 2007, el 13.3% de la población ha terminado una diplomatura o una licenciatura, mientras que el 62.2% se quedó en el graduado escolar o no lo completó o no sabe leer y escribir. Se trata en su mayoría de personas que se sienten en inferioridad de condiciones por no haber podido formarse, que se encuentran cada vez más alienadas de la sociedad actual, en la que las tecnologías de la información, que sienten ajenas, cobran cada vez más peso. Son personas cuyos canales de información a menudo se reducen a la televisión y la radio, cuyas décadas de duro trabajo rara vez se ponen en valor. Personas que no se sienten reconocidas por la sociedad actual. A ellos se dirige Rivero cuando elogia la experiencia vital, a ellos habla cuando minimiza la importancia capital de la formación, es su apoyo el que se asegura cuando elogia la «universidad de la vida», única escuela a la que muchos pudieron asistir.
Es el colmo de la manipulación y el colmo de la ruindad. Rivero prefiere reducir al mínimo común denominador, prefiere que muchos sigan sin poder formarse a invertir en nuestro mayor recurso, que es la propia gente. Aunque eso suponga que nunca levantemos cabeza. Para qué poner en valor el esfuerzo de todos, para qué dar oportunidades de formación a los que no las tuvieron, para qué atraérnoslos y darles los medios de integrarse e interpretar de mejor manera esta sociedad cambiante. Costaría mucho dinero y esfuerzo que puede destinarse a otros menesteres más rentables. Y ya no sería tan efectiva la engañifa de la «universidad de la vida».