Los Riscos de Las Palmas de Gran Canaria tienen asentamiento humano mucho antes de
la llegada de Juan Rejón y sus huestes. La lógica ubicación de éstos a la orilla del curso
constante del Guiniguada (cuya traducción es río) y de la fertilidad y riqueza de los
recursos naturales de la zona justificaban sobradamente esta presencia humana,
presencia que corroboran los restos arqueológicos que aparecen a poco que se escarbe.
Posteriormente, una vez finalizada la conquista, los Riscos acogieron a agricultores,
artesanos y pescadores que venían desde el centro de la isla o desde otras islas y que se
asentaron en sus laderas huyendo de las amenazas de los ataques piráticos y del
encarecimiento de los solares de la parte baja de la naciente ciudad, que se encontraba
encorsetada por los muros que la circundaban. Fueron bautizados entonces con los
nombres de los santos que protegían de la peste a la ciudad: S. Juan, S. Roque y S.
Nicolás.
Poco a poco se fueron reutilizando las cuevas existentes en sus laderas, adaptando al
terreno casas de clara arquitectura tradicional, configurando sus empenicadas calles, sus
pasos, sus escaleras y sus angostos callejones.
Recibieron la paleta de colores que les dio singular carácter y que tenía su origen en la
pintura con que se pintaban los barcos y barquillas. Este color fascinó a artistas
visionarios como Jorge Oramas o Felo Monzón que los inmortalizaron en sus lienzos y
el claro sabor popular de sus calles, casas y pequeñas plazas inspiró “Los cuentos
famosos de Pepe Monagas”, del insigne Pancho Guerra.
Sin embargo, a pesar del sobrado merecimiento de atención y mimos, la miseria y
aislamiento se cebaron con los Riscos que habían inspirado a nuestros artistas, sobre
todo con S. Nicolás, que vio como en los años 60 lo encerraban tras el muro de la
vergüenza que se construyó en la actual calle 1º de Mayo. Décadas de ostracismo y
olvido por parte de las autoridades siguieron minando la salud del Risco, que terminó
convirtiéndose en sinónimo de marginalidad, pobreza y miseria moral.
Como si de una insalvable maldición se tratara, hace pocos meses, un nuevo muro de la
vergüenza, en otro de los costados de S. Nicolás, el que da a la prolongación de 1º de
Mayo, terminó de opacar las posibilidades, las esperanzas y la belleza del Risco, aunque
esta vez, de una manera, si cabe, más despiadada por hipócrita, ya que el edificio tras el
que están las casas y las vidas de mucha gente, está decorado con colores que tratan de
figurar el arcoiris de las casas tapadas. Triste mascarada de unas autoridades
avergonzadas de la historia y particularidades de unas calles y unas vidas que ni
conocen, ni quieren ni, por supuesto, respetan.
Y como casi siempre pasa en una tierra donde el descreimiento de nuestras
posibilidades y la vergüenza de lo propio están inoculados hasta límites inimaginables,
tuvieron que llegar los europeos para descubrirnos nuestros Riscos, sus valores, su
belleza y sus posibilidades. Hasta tal punto valoramos lo que dictan desde Europa, que
los Riscos, casi por arte de magia, terminaron convirtiéndose en una de las principales
banderas de la candidatura de Las Palmas de Gran Canaria a ser la Capital Europea de la
Cultura para 2016.
Ahora que Donosti ganó, justamente, ese premio, y nuestros Riscos ya no tendrán la
atención de los europeos, todo volverá al patético estado de estatismo, incapacidad,
ceguera e ignorancia que sólo puede entenderse desde la mirada enferma de los que no
conocen, aman y protegen lo que tienen más inmediato y que, aunque no quieran
reconocerlo, forma parte indisoluble de su ser.
Colaboración de Antonio J. Rodríguez Gutiérrez