¿Por qué siempre hemos de pensar que somos los canarios el objeto de influencias externas? ¿Acaso el orden “natural” de las cosas siempre ha de ser “otros inventan, nosotros copiamos”? ¿No puede haber originalidad en nuestra tierra? A la vista de algunos sucesos en esta campaña electoral recién estrenada, se podría decir que sí, que ése parece ser nuestro sino. Y nadie está a salvo de dejar que se le cuele este perverso prejuicio, tantas veces inoculado como sostenido. Uno mismo, sin ir más lejos, cayó más de una vez en tan odiosa trampa. La última, a cuenta de la lectura de la magistral obra de Alonso Quesada, La umbría. Argumento, ambiente, personajes,… me recordaron inevitablemente a la también magistral Long Day’s Journey into Night (El largo viaje del día hacia la noche). ¿Habría leído nuestro genial Alonso Quesada al luego Nobel de Literatura Eugene O’Neill? ¿Habría quedado subyugado por aquella trama armada en torno a una familia en descomposición, que anunciaba una sociedad decadente, en crisis? Pero ahí no paró el delirio. La abuela de La Umbría, ¿acaso no era un evidente trasunto de la Bernarda Alba lorquiana? ¿No era evidente una lectura canaria de aquella representación del poder? ¿No quedaba claro que Alonso Quesada había tratado de trasplantar aquellas tragedias al Valle de Agaete y lo había hecho de manera soberbia? ¡Ingenuo! ¡Totorota! Una rápida consulta en seguida me descubrió que la obra de O’Neill había sido escrita en 1956 y el drama de Lorca en 1936, mientras que La Umbría fue escrita ¡en 1922 ¡ El canario se había adelantado casi treinta años y hasta cuarenta en el caso del estadounidense. No había copia posible. ¿Acaso Lorca sí leyó La Umbría y se inspirara para La casa de Bernarda Alba? ¿Todo lo que no es tradición es plagio? Divagar no cuesta nada…
Aparte: Gracias a Bienmesabe y su sección Rescate, me entero de que O’Neill pasó un mes por Gran Canaria allá por 1931. Se alojó en un hotel que hoy es la sede del I.B.A.D., en la capital grancanaria. No sería mala idea que, como sugiere algún comentarista, se recuerde de alguna manera el paso del genial escritor norteamericano por nuestra ciudad, algo no contradictorio con el permanente recuerdo que merecen nuestros literatos.