Cuando se habla de los rasgos definitorios del canario, siempre aparece inevitablemente el del cosmopolitismo. En la conversación el término suele ir acompañado de una oda a nuestra diversidad cultural, al sinfín de culturas que han dejado su impronta en las islas y al enriquecimiento que esas culturas han supuesto para el crisol que es nuestro pueblo. Todos elementos muy positivos y dignos de orgullo, si no fuera porque en Canarias la fortuna de ser cosmopolitas se ha terminado convirtiendo en una cantinela que, primero, se da de toletazos con otro rasgo también pretendidamente definitorio de quienes somos; y, segundo, ha servido no para enriquecernos culturalmente, sino para imponer la especie de que la cultura y el pueblo canario no son más que un pastiche, un monstruo de Frankenstein hecho de miembros que otras culturas nos dejaron, de retales que otros pueblos generosamente nos cedieron o que nosotros simplemente copiamos y pegamos, con más o menos fortuna. El cosmopolitismo como negación y ocultamiento de la cultura propia y original que Canarias ha creado.
Un ejemplo claro y reciente lo tenemos en la absurda e incomprensible proliferación de actos festivos pseudoandaluces en Canarias, en lo que parece ser una plasmación de ese pensamiento trasnochado según el cual los canarios parecemos ser una suerte de andaluces, pero más al sur. Al respecto tuve un intercambio de mensajes con quienes llevan la iniciativa Proa2020, que amablemente me invitaron a trasladarles mis propuestas en esta página. Lo haré con gusto, y me aseguran que el proyecto “siempre puede enriquecerse con las aportaciones de todos los ciudadanos de la capital”.
Lo que se puede leer en su web, sin embargo, no da motivos para la esperanza, precisamente: “ciudad de encuentros, ciudad integradora, destacando su cosmopolitismo, por la que han pasado a lo largo de su historia, y siguen pasando en la actualidad, ciudadanos de prácticamente todo el mundo, dejando cada uno de ellos su propio legado y las influencias de sus costumbres”. Ni una palabra sobre la cultura que los canarios hemos tejido, ni lo que hemos aportado. Canarias como mero recipiente de lo que crean otros, receptor pasivo, nunca emisor ni creador.
En 1922 el economista argentino Alejandro Bunge hablaba así sobre la “mentalidad cosmopolita” en su país:
“Los cosmopolitas son aquellos que piensan, comen y visten como en Francia, como en Inglaterra, como en España. […]
Pero los cosmopolitas tienen prácticamente el más profundo desprecio por el nacionalismo y también por los alimentos del territorio que habitan […]. Su alimento espiritual son los libros europeos. Para ellos, ciencia y lectura son sinónimos; su cosmopolitismo espiritual los lleva al más profundo desprecio de los matices nacionales y locales […].
Pero no se crea que predomina el cosmopolita extranjero. El prototipo de cosmopolita es el hombre culto argentino, el que se considera superior, “el chic”, el que ha viajado por toda Europa y ha aprendido hasta el modo de caminar a la europea. Son pecados graves de la alta cultura argentina y pruebas de ausencia de refinamiento, tener su casa puesta, vestirse y alimentarse con productos argentinos. Estoy seguro que (sic) a muchos les pasará lo que a mí mismo; el medio nos ha hecho cosmopolitas en estas cosas materiales y no pocos esfuerzos nos cuesta reaccionar (…) La mayor capacidad no debe utilizarse en adelante en aumentar un sibaritismo cosmopolita, sostener un refinamiento europeo y nutrirse de ideas extranjeras. Deberá utilizarse la mayor capacidad en responder a las exigencias imperativas de la hora presente, en su patria y por su patria (…) Esta nueva política no será ni esclava ni copia de las demás, ni será excluyente, sino concurrente”. (Extracto de De la banca Baring al FMI: historia de la deuda externa argentina, de Norberto Galasso).
Hagan la prueba de sustituir “argentino” por “canario”.