Este fue el título de un encuentro sobre literatura celebrado hace un par de semanas en Bruselas bajo los auspicios de la presidencia española, y organizado por la UNED con la colaboración del Parlamento europeo. El encuentro tuvo lugar durante dos días y giró en torno a cuatro mesas redondas: literatura española y Europa, literatura gallega y Europa, literatura catalana y Europa, literatura vasca y Europa.
Primer elemento que llamó mi atención: la invitación cursada por la secretaría de la UNED en Bruselas hablaba de «Las culturas del Estado español y Europa”, introduciendo así una interesante discrepancia con el título oficial del acto. Esto, unido a la estructura del encuentro (4 mesas redondas dedicadas a la literatura castellana, gallega, vasca y catalana), y al objetivo del mismo, «dar a conocer en Europa la rica y diversa realidad de las culturas de España» (cito el folleto del acto), me llevaron a sospechar que el coloquio se sostenía sobre un prejuicio limitador y reduccionista que he notado muy presente en Cataluña y al parecer existe también en Galicia y el País Vasco: la lengua determina la cultura. O lo que es lo mismo: una cultura no es tal si no cuenta con lengua propia.
Lamentablemente, mis sospechas se confirmaron. Pude asistir al encuentro el segundo día, dedicado a las mesas redondas sobre la literatura catalana y vasca, y bien pronto empezaron a surgir argumentos e ideas bastante difíciles de comprender:
La traductora Kirsten Brandt se refirió a la definición de qué es literatura catalana remontándose a la polémica que se dio en su día en la Feria del libro de Frankfurt, y solventó la papeleta de un bolichazo: literatura catalana es la que se escribe en catalán. Seguidamente, afirmó que el idioma define la cultura en la que se circunscribe una obra literaria. O sea, que un libro escrito en español es de cultura española. A mi pregunta sobre si una novela escrita en Bolivia y otra escrita en Castilla pertenecen a la misma cultura, los invitados insistieron en la idea de que el idioma define la cultura, y en que literatura castellana es la que se escribe en castellano. Hay que entender entonces, supongo, que Cien años de Soledad de García Márquez y La sombra del ciprés es alargada de Delibes son obras que surgen de una misma realidad cultural. O sea, que las culturas boliviana, argentina, hondureña o canaria no existen, o como mucho se enclavan dentro de la cultura castellano-española. A pesar de miles de kilómetros de distancia, a pesar de tener un océano de separación, a pesar de estar en otro continente, a pesar de nuestro origen distinto, a pesar de nuestro espacio geográfico radicalmente diferente, a pesar de lo divergente del curso de nuestras historias, a pesar de vivir y haber vivido una realidad distinta, canarios y sudamericanos somos de cultura castellano-española porque hablamos la misma lengua.
Cataluña o el País Vasco, sin embargo, deben de ser otra cultura, plenamente diferenciada. Dan lo mismo siglos de convivencia y estrecha relación con Castilla y otros pueblos ibéricos, da lo mismo que compartan el mismo espacio geográfico, da lo mismo que compartan buena parte de sus referencias, da lo mismo su historia compartida y da lo mismo que su realidad sea infinitamente más parecida. La diferencia la marca la lengua, que todo lo explica.
Sin embargo, ni el título ni el objetivo del acto hacían referencia ninguna a la lengua: “las culturas de España y su relación con Europa”, “[…] dar a conocer la rica y diversa realidad de las culturas de España”, a través de la literatura, en este caso. Por eso expresé la extrañeza que me causaba que en un encuentro precisamente de este tipo, dedicado a cantar la diversidad cultural mediante las letras, no se hablara de literatura canaria, que dentro de lo que hoy es España ocupa un lugar verdaderamente diferenciado. Se me respondió que la literatura canaria no se incluye porque se trata de dar a conocer las literaturas en otras lenguas, esa diversidad cultural a la que cuesta entrar por la diferencia lingüística (como si la literatura canaria, por ser escrita en español, disfrutara de una promoción potente). Otra vez apareció así la identificación entre cultura y lengua, la falacia que, aun no estando explícita en la documentación escrita del encuentro, asomaba la patita una y otra vez (uno de los ponentes, en lo que supongo fue un lapsus, muy revelador, se refirió al acto como “ciclo sobre las lenguas de España”).
No quiero cansarlos. Hubo referencias constantes al marco ibérico, que excluye Canarias; se habló de la represión lingüística del gallego, euskera y catalán, que no disfrutan del manto protector de que goza el castellano-español, cuando el habla canaria sufre ataques constantes; se nombró la vocación atlántica de la literatura gallega, mientras la canaria, ¿cuál hay más atlántica?, quedaba ausente; apareció la dificultad identitaria, qué es catalán y qué no lo es, mientras se dio a entender que los demás no tenemos esos problemas, al estar incluidos en la literatura castellana; y se llegó a decir que “gallegos, vascos, catalanes y españoles hemos emigrado a América”, cuando es la figura del isleño la más prominente en la historia de la emigración al Nuevo Mundo y fuimos los canarios los que pagamos un impuesto de sangre.
Conclusión: si en la idea de España tradicionalmente castellanocéntrica Canarias no ocupa lugar ni tiene cabida, tampoco parece que podamos esperar los canarios una concepción de las cosas mucho más constructiva e igualitaria por parte de las llamadas nacionalidades o naciones históricas, que claramente no están por reconocer a otros los derechos que para sí mismas se arrogan. Vuelve a quedar claro que lo que consigamos vendrá necesariamente de nuestra mano, de nuestro esfuerzo por visibilizarnos, de plantear con aplomo nuestros intereses, y que no se puede contar con una supuesta cercanía o comprensión de otros.
La dejación de ese empeño equivale a desempeñar el triste papel de una de las organizadoras que intervino para cerrar el encuentro, y que frente a la afirmación decidida de lo catalán y lo vasco, aun sobre una premisa falsa, dio la nota intentando camuflar, sin éxito, su habla latinoamericana poniendo [z] aquí y allá, muchas veces donde no iban. Su esfuerzo de travestismo lingüístico no pasó desapercibido a los presentes.