Es por todo esto que lograr la mejora radical de nuestra maltrecha democracia no debe ser un punto más en la agenda de los nacionalistas, sino el objetivo principal en torno al que debe girar cualquier demanda de incremento de la soberanía. Una vez más, no valen las piruetas ni los atajos. Nada se podrá hacer sin la sociedad canaria y su respaldo. En mi opinión, es preciso que quienes de verdad piensen que el cambio social en nuestro país pasa por la construcción nacional, hagan suyos objetivos como la consecución de una ley electoral inspirada en profundos y sólidos criterios democráticos antes que equilibrios de dudosa eficacia, la reforma político-administrativa del archipiélago en un sentido federalizante y de eficiencia económica, la participación popular en la vida pública de nuestras islas, en definitiva, la construcción de un nuevo sujeto político: la ciudadanía democrática canaria, organizada y autocentrada. La gente que ya defiende esto es nacionalista, aunque todavía no lo sepa.
Si los nacionalistas trabajaran unidos en torno a este objetivo, sería poco creíble acusarles de querer arrastrar a la sociedad canaria a lugares a donde ésta no quiere ir. Si lanzaran un mensaje de seriedad y responsabilidad, bregando por el país en temas como los que señalo arriba, a mi juicio, el salto en cuanto a legitimidad social sería enorme. Si se consiguiera extender la imagen de que el futuro debe estar en nuestras manos, que vale la pena luchar por incorporar a las hasta ahora ninguneadas masas canarias a la construcción de un país democrático y avanzado como no hemos conocido nunca, el nacionalismo no sería contemplado como una amenaza ilusoria que una minoría quiere imponer a una mayoría, sino como lo que verdaderamente es: la toma de conciencia, el salto colectivo a la madurez, el abandono del infantilismo inducido, que una sociedad como la nuestra lleva ya cinco siglos esperando.