A estas alturas del partido, queda bien claro que el empecinamiento de Nueva Canarias en torno al proyecto de tren para Gran Canaria está más sustentado en razones de faraonismo político que en cuestiones medioambientales. Las múltiples iniciativas sostenibles de todo tipo –también en materia de transporte- que se podrían llevar a cabo con los 1.200 millones de euros que costará el caprichito provocan la rabia y la desesperación del ciudadano mínimamente informado y ecológicamente consciente. Cierto es que tal cantidad dinero sólo se puede asignar al transporte ferroviario y que buena parte del trasfondo del asunto tiene que ver con la vieja táctica isleña –no siempre exenta de razón- de “cojamos lo que venga de Madrid, que éstos ya bastante nos niegan”. Aun así, me parece desastroso asentar un modelo de isla, si es que Nueva Canarias lo tiene, en ese pasteleo de tan cortas miras. Pierden credibilidad las loas a la salvación del planeta si en el cachito de planeta que nos toca cometemos tal dislate. Si no tienen ideas mejores, que le pregunten a quien sí las tiene. Y, puestos a echar en falta, uno desearía que en una fuerza que se quiere presentar como alternativa –aunque yo a Nueva Canarias la veo, en general, bastante convencional- surgieran voces que gritaran a voz en cuello lo que es obvio: que el proyecto del tren en Gran Canaria es un soberano disparate y que no vale la pena semejante dispendio con el único fin de dar el sorpasso al PSOE y poder pactar con CC en mejores condiciones.