Me encontré este titular leyendo la prensa canaria de esta semana. Enseguida me pregunté quién se posicionaba con tanta naturalidad y desparpajo, adoptando sin complejos una postura tan a menudo sujeta a burlas e insultos, ridiculizada día a día en el archipiélago. Me llevé una sorpresa. Se trataba de José Luis Rodríguez Zapatero.
También me encontré con una entrevista en la tele a una joven que apoyaba la candidatura de Madrid a las Olimpiadas de 2016. Sus razones eran demoledoras:
“Porque somos madrileños, porque somos españoles”.
En el telediario de la noche en Telecinco, a su vez, el encargado de la sección de deportes se pronunció sobre los 110 miembros del jurado que escogerán la sede de los Juegos: “No me fío ni un pelo de ellos”, dando a entender que no tratarán con justicia a la capital española, pero sin explicar por qué. El tradicional antiespañolismo del mundo, imagino.
Lo cual me recordó aquel anuncio de Pau Gasol, el de “ser español ya no es una excusa, es una responsabilidad” (¡!).
Qué quieren que les diga. Me parece estupendo que quien albergue tales sentimientos afectivos hacia España lo exprese sin tapujos y sin necesidad de que nadie los ridiculice (aunque yo sí promovería una visión algo más crítica con el propio país que la que arrojan estos ejemplos que pongo). Están en su pleno derecho y en ocasiones resulta hasta emocionante percibir el cariño y aprecio de muchos hacia España. Quien se siente español y así lo dice, me merece todo el respeto.
Lo que ocurre es que ese respeto no es recíproco. Quien no se siente español, y así lo dice, por mucho aprecio que le tenga a España, no suele gozar del mismo respeto. Más bien al contrario: sus sentimientos son objeto de burla y ridiculización.
Personalmente, siento que mi país es Canarias. (País: Nación, región, provincia o territorio). A mí también me gusta defender mi idea de país y mis convicciones, y hace rato que me cansé de poner paños calientes a la hora de expresarme para que la gente no se incomode, o peor aún, para no encontrarme con salidas de tono e insultos. Ellos afirman con toda naturalidad su sentimiento de pertenencia a su país, pero no aceptan que yo afirme el mío, cuando además ambos países, el suyo y el mío, forman parte del mismo marco jurídico-político. ¿No sería mejor para todos respetarnos, conocernos, colaborar y entendernos, en pie de igualdad?
Seguramente el problema está en esa última expresión: en pie de igualdad. Para muchos España es un país, pero Canarias, no, desde luego no en el mismo nivel que España. Argumentos que respalden esa visión no suelen darse muchos, y sin embargo Canarias sí cabe perfectamente en la definición de país que pongo más arriba.
Entonces ¿el problema cuál es? La única respuesta que encuentro es de carácter político, que no cualitativo: España también es un estado, un espacio jurídico-político que recoge varios países. Sólo que uno de esos países no reconoce a los otros, en parte por la tradición centralista española y su miedo inveterado a ceder parcelas de poder.
De modo que cuando se ridiculiza Canarias como país, lo que se está haciendo en el fondo es poner de manifiesto su nulo peso político, reírse de la falta de confianza y asertividad, de la flojera de la relación política del archipiélago con el estado. Es una cuestión política. Y está en manos de los aguerridos muchachos del “sí crítico”.