Una de las prioridades del proceso que se vive actualmente en Venezuela es recuperar el agro venezolano como sector económico que debe contribuir a la soberanía alimentaria del país. Se había construido un imaginario pernicioso en el cual los venezolanos se veían a sí mismos como prósperos ciudadanos gracias a la renta petrolera, olvidando que la misma no alcanzaba sino a unos pocos y que el resto del país sobrevivía como podía en el mundo rural, muchas veces sin derechos sociales ni políticos derivados de su no inclusión en el censo, algo que hubo que solucionar rápidamente. Una distorsión de la que unos pocos se beneficiaban. Ahora, buena parte de esa renta petrolera se vuelca en el desarrollo del agro a través del apoyo de infinidad de proyectos productivos vía microcréditos: les hablo de granjas de cochinos, pollos, huertos,… Los Bancos Comunales aprueban y apoyan estos proyectos que suponen un cambio cualitativo en gente que pasa de condiciones económicas muy duras a ser dueñas de incipientes negocios, con lo que ello supone de empoderamiento económico y refuerzo de la autoestima y satisfacción personal de la gente.
Así sucede con el proyecto de ceba de cachamas que visitamos en Los Naranjales, a una hora de Socopó. Allí nos recibieron Daniel y Margarita, comprometidos en cuerpo y alma con el socialismo. Así lo dejaron claro desde el primer momento, cuando dieron “gracias a Dios y a nuestro máximo líder”. Es inevitable hacer una traducción cultural de todo esto, situarlo en un contexto, en un tiempo y un lugar. Si vieran lo que yo vi, cómo de la nada florece ahora la prosperidad, lo entenderían. El proyecto de ceba de cachamas consiste básicamente en una laguna que se excava en la tierra donde se crían los alevines que, previamente, se han comprado a una empresa privada, que los vende esterilizados y que, si se entera de que eres bolivariano, te sube el precio. Vimos cómo las pescaban acorralándolas con una red con una técnica tan antigua como el tiempo. Nos cuenta Margarita que en las cuarenta y ocho horas que duró el golpe de abril del 2002 el enemigo les puso una cadena en la entrada a su rancho. Era el aviso inminente de la expulsión. Igual que acabó el golpe, acabó la cadena. Daniel me contó su visión del socialismo: puro amor fraternal, muy religioso. Sus palabras rezumaban sinceridad y nobleza. Y aunque nos cayó un palo de agua de ésos tan típicos del llano venezolano, no dejamos de disfrutar de una buena cachama.
Previamente, esa misma mañana, de la mano de Andrea, propulsora social, conocimos la planta de leche rescatada de una previsible ruina por el Gobierno. La cooperativa previa se había metido más a la boca de lo que podía revolver, como decimos en Canarias, y el Gobierno la compró. Esa operación de rescate es lo que la oposición llama “expropiación”. Se trata de una planta pequeña, que produce unos 12.000 litros de leche al día y unos 400 quesos y que garantiza que aquélla pueda ser todavía una zona ganadera. En el proceso actual, una fábrica no es sólo una fábrica y ésa no era una excepción. Los lunes son Lunes Bolivarianos y los trabajadores tienen una hora para hablar de cuestiones como ideología política o si ha habido algún problema entre ellos. También se canta el himno. En el tablón de anuncios, carteles contra la guerra en Irak. Además, esta fábrica está encargada de dar el Vaso de Leche Escolar, por el cual todos los niños desayunan en el colegio, además de almuerzo y merienda. Cuando nos vamos, Andrea nos pide que “difundamos lo bueno que está pasando en Venezuela”. Y yo suelo cumplir lo que prometo.