He seguido con tristeza, indignación y hasta vergüenza ajena la línea editorial del periódico El Día de los últimos dos años. Esta mezcla de sentimientos tiene que ver con la constatación de cuán falso es el independentismo sobrevenido de su director, que lo cree, por lo visto, compatible con el más virulento pleito insular y los más dañinos ataques a Gran Canaria y sus habitantes. Digo esto con la autoridad que creo que me da el haber salido en defensa –como siempre he hecho- de que quien sea, incluso el Director de El Día, se declare independentista o lo que le dé la gana. Me parece una cuestión de elemental funcionamiento democrático que retrata muy bien a los parlamentarios canarios cuando firmaron una declaración a la que convenientemente adhirieron argumentos que, en su mayoría, nunca antes habían provocado indignación alguna entre su gremio. Sin embargo, quedó clara la farsa. ¿Cuántas reprobaciones recuerdan a los comentarios racistas o el fomento del pleito insular por parte de la clase política hacia algún medio de comunicación? Fue el independentismo –sí, tampoco éste sobrevenido y falso- el que no soportaron. Que el independentismo sobreviva en panfletos y pintadas, pase, pero, ¿en el primer periódico de Canarias?
Sin embargo, con respecto a la falsa polémica creada por dicho Director –suponiendo que él sea también el autor de los editoriales- en cuanto al nombre de Gran Canaria, me he llevado recientemente una alegría. Me refiero a la publicación en el diario La Provincia del artículo “Canaria o Gran Canaria: Notas para un debate”, a cargo del Profesor titular de Historia Moderna de la Universidad de La Laguna, el lanzaroteño, Francisco Fajardo Spínola. El artículo es impecable en su argumentación, prolijo en sus datos. Creo que sólo se le puede reprochar el que no lo publicara con antelación. ¿Quién sabe si nos hubiéramos ahorrado bastante del fuego cruzado entre Tenerife y Gran Canaria de los últimos meses? Demuestra Fajardo cómo durante mucho tiempo ambos nombres, Canaria y Gran Canaria, se utilizaron indistintamente, sin que el uso del segundo fuera en ningún momento un menoscabo de isla alguna, sino más bien una denominación oficial, que finalmente ha sido preferida por considerarse más formal y en evitación de confusiones con el nombre del archipiélago. Les recomiendo que lo lean, por si tenían alguna duda al respecto. Y, si todavía no lo han hecho, viajen a la isla redonda, piérdanse por sus rincones,… “los caminos de una isla, que se llama Gran Canaria”.