En una columna reciente, José A. Alemán afirmaba que los canarios eran mayoritariamente “españoles de conveniencia”, que más que sentirse profundamente españoles, valoraban el hecho de contar con un Estado más o menos fuerte que proporcionara cobertura internacional y diplomática. Todo esto me parece bastante en consonancia con mi particular análisis de los datos arrojados por el barómetro autonómico del 2005 y, sin embargo, a mí se me queda corto. Uno, con estos artículos, pretende pergeñar cuatro ideas más o menos coherentes en función de lo que ha vivido y leído. Mis propósitos, por tanto, no son mucho más ambiciosos que los del periodista grancanario. Poner mis ideas en circulación quizás sirva a alguien con más criterio y datos para continuar el desarrollo de estas ideas, porque, insisto, se me quedan cortas.
Uno es algo –lo que sea- por conveniencia cuando tras haber sopesado los aspectos positivos y negativos de una determinada situación toma una decisión, supuestamente la mejor para sus propios intereses. Se requiere un sujeto conformado, con capacidad de análisis y autonomía para tomar decisiones. ¿En qué momento histórico ha sido la sociedad canaria un sujeto de tales características? Ciertamente, no durante la Conquista, donde las distintas sociedades isleñas a duras penas resistieron al poderío militar y tecnológico de Castilla, fragmentándose entre aquellos que negociaron sus prebendas en la nueva situación política y aquellos que trataron de sobrevivir como pudieron. Tampoco durante el Antiguo Régimen, cuando el analfabetismo era tal que sostener un debate intelectual sobre un tema tan espinoso como la relación con España no pasó de la intentona de círculos ilustrados muy minoritarios en Gran Canaria, Tenerife y La Palma, quedando la inmensa mayoría del país al margen de la discusión. Las clases medias canarias, las burguesías insulares más bien, prefirieron pasar el siglo XIX y buena parte del XX peleando por el poder intracanario antes que vertebrando un archipiélago que fuera algo más que una colonia para España. ¿Es casual acaso que el nacionalismo canario prácticamente nazca en la diáspora, gracias a la abnegada tarea de un emigrante canario llamado Secundino Delgado? No es de extrañar que con estos antecedentes el debate federal en Canarias fuera también extremadamente débil durante la II República. Tras la ignominiosa Dictadura, los canarios llegamos a la recién estrenada democracia sin apenas experiencias de participación política consolidadas, con partidos importados o creados para la ocasión,… con una clase política inmadura e incapaz, que entregó el acervo histórico que databa de los Reyes Católicos, a cambio de cuatro prebendas,… que no supo valorar en su justa medida la autonomía ni articular política ni administrativamente el país para la nueva etapa histórica,… apenas treinta y pocos años de experiencia democrática frente a cinco siglos de anulación y sometimiento. Todo esto lo explica mucho mejor que yo José A. Alemán en su interesantísimo Entender Canarias. Sin embargo, este retrato que Alemán dibuja no nos devuelve la imagen de unos “españoles de conveniencia” sino de unos “españoles por inercia”, como todos lo hemos sido alguna vez antes de pensar en clave autocentrada. La nuestra ha sido una sociedad sin apenas cultura democrática, colonizada hasta el otro día,…. Los efectos de todo esto en la psique canaria fueron descritos admirablemente por Manuel Alemán en Psicología del hombre canario, que acababa proponiendo una auténtica terapia colectiva para el pueblo canario. No ha sido, por tanto, una decisión consciente la de vincular nuestro destino al de España, de conveniencia,… Nadie nos ha preguntado, ni siquiera nosotros a nosotros mismos. Se ha impuesto una densa neblina sobre el asunto.
Así las cosas, vuelvo a aquella conversación imaginaria con la que empecé estas líneas. Imagino otro final. Imagino que, a pesar de los intentos de algunos tertulianos por acallar al incómodo compañero de mesa, por esparcir algo más de niebla a la conversación en forma de pleito insular, por ejemplo, éste consigue imponerse. Consigue tomar la palabra, captar la atención, centrar el discurso,… Su voz no tiembla, trata de tú a tú a sus compañeros. Los intentos por desacreditarle son ahora vanos. Sus argumentos, uno tras otro, sensatos y coherentes como los que más, acaban por hacer que los tertulianos se pronuncien tranquilamente a favor, en contra, expresen sus reservas, sus sintonías, … Poco a poco nuestros amigos acabarán elaborando un discurso propio, el más conveniente para sus intereses, en el que las aportaciones del incómodo tertuliano estarán presentes de alguna manera. Habrá terminado así la indefinición política canaria.