La indefinición política canaria, esa aparente incapacidad para abordar abiertamente un tema que debiera ser tratado de manera natural en cualquier sociedad madura, como es el de la relación entre Canarias y España, y por extensión, la Unión Europea, no está sola. Ha hecho hogar cómodamente en la sociedad isleña entre fenómenos coadyuvantes, aunque de naturaleza distinta, como la apatía electoral o el desinterés por la política. Veamos más concretamente esto que digo.
La “segunda oleada del Barómetro de Opinión Pública en Canarias 2008”, a cargo del Consejo Económico y Social de Canarias y que vio la luz el pasado diciembre, arrojaba el dato de que en el tradicional eje político “derecha-izquierda”, los canarios se calificaban en un porcentaje del 81’6 como “de centro”. El último barómetro del CIS, a nivel estatal, daba un dato de 32’4 % para la misma casilla, un 29 % para los que se consideraban de “centro-izquierda” y un 10’8 para los que se consideraban de “centro-derecha”. Habría que, haciendo un ejercicio de sociometría bastante heterodoxo, sumar las tres casillas para llegar a un 72’2, lejos aún del 81’6 % de los canarios. En un Estado donde el centro político como tal es inexistente más allá de cómo estratagema de los partidos atrapalotodo, es bien sabido que es la indefinición y la deseabilidad social lo que caracteriza a ese centro político que aflora en las encuestas, en Canarias más que en ningún lugar. Otros datos en ese mismo barómetro canario apuntan hacia el desinterés que tantas veces oculta la indefinición: un veintidós por ciento de los encuestados isleños no supo contestar a la pregunta por sus simpatías en cuanto a los partidos políticos del archipiélago; un veintiocho por ciento eludió la pregunta. Veamos el positivo de la fotografía: sólo un cincuenta por ciento de los encuestados respondió a dicha pregunta. Abundando en lo mismo, un 47 % confiesa sentir un escaso interés por la política.
La actual Ley Electoral canaria no ayuda precisamente a crear una atmósfera de mayor interés y preocupación por los asuntos de la cosa pública. En un reciente artículo, Pedro Lasso, analista de resultados electorales, aportaba el dato de que los diputados canarios sólo están respaldados por un 37’8 % del cuerpo electoral. Si en las últimas elecciones autonómicas los votantes alcanzaron el 51’58 %, dos cifras ayudan a contemplar mejor el retrato del que les hablo: casi un 14 % de los votos emitidos no sirvieron para elegir a ningún diputado y la abstención fue prácticamente igual al porcentaje de votantes (48’42%). Si comparamos los datos de abstención en las islas con los de las dos recientes elecciones autonómicas en Galicia (29’54%) y el País Vasco (34’12%), veremos mejor la imagen de conjunto. No sin cierto oportunismo, el partido nacionalista, Nueva Canarias, ha denunciado el hecho de que con la actual Ley Electoral, el 80 % de la población –residente entre Gran Canaria y Tenerife- ha de conformarse con el 50 % de la representación en el Parlamento canario. La exigencia de la reforma de la Ley Electoral pierde credibilidad cuando quien pudo hacerlo en su momento, no lo llevó a cabo y ahora lo reclama urgentemente, sabiendo que en ello le va buena parte de su futuro electoral. En cualquier caso, considero que esto no desmerece la exigencia de una parte de la sociedad canaria de una Ley más acorde con la realidad del archipiélago y por tanto más justa. Los profesores Ramón Díaz Hernández y Juan M. Parreño Castellano, en su comunicación “Territorio, participación ciudadana y nivel de confianza en las instituciones”, dibujan con mayor talento y profusión de datos que yo este panorama que yo gruesamente bosquejo: una sociedad escasamente interesada por la política, con escasa confianza en las instituciones, los medios de comunicación, etc. Por último, son bien conocidos los innumerables casos de corrupción protagonizados por políticos de las islas así como el destino de las voluntades de los ciudadanos en las Iniciativas Legislativas Populares más recientes, un esfuerzo cívico que ha encontrado el absoluto desinterés y hasta desprecio de la clase política.
En una sociedad así, no es de extrañar que una conversación como la que imaginaba a medias en la entrada de ayer esté abocada a acabar de manera abrupta o simplemente a no darse nunca. Un pensamiento mínimamente crítico no puede contar con compañeros de viaje tales como la apatía y el desinterés. Hace falta una curiosidad intelectual y un escepticismo ante lo aparentemente evidente que jamás anida en el desencanto. La delegación, ese dejar las cosas en manos de otros, tan natural entre los canarios, siempre dispuestos a llamar a un capataz de fuera, como recuerda Marcial Morera en su magnífica En Defensa del habla canaria, sí serán los aliados naturales de la indefinición política canaria, a la que dedicaré por entero las próximas líneas.