Últimamente no hago sino leer sobre papas en todos lados. A un post en Atarecos en el que su autora recomendaba una interesante página sobre las papas antiguas canarias se suman una noticia publicada ayer en el Canarias 7, así como otro artículo publicado hoy también en dicho periódico. El primero de los artículos, firmado al igual que el segundo por Adolfo Santana, viene a recoger las denuncias que los agricultores canarios hacen de los desmanes cometidos por cuatro aprovechados en el comercio de dicho tubérculo. Estos amantes del oligopolio se estarían beneficiando de las ayudas concedidas por el Régimen Específico de Abastecimientos (R.E.A.) para la importación de semillas, sin que esto repercuta lo más mínimo en el precio de las mismas para el agricultor. No acaba ahí la cosa, sino que estos elementos además se convierten en la peor de las competencias para los agricultores del país, puesto que también se dedican a importar papas de lugares tan poco recomendables como Israel –ese paraíso del cumplimiento de los derechos humanos- y luego las introducen en el mercado como papas canarias. Súmenle ustedes a todo esto el dato de que hemos asistido a la reducción a un tercio de la superficie total dedicada al cultivo de la papa en las islas en los últimos diez años y coincidirán conmigo en que el panorama no es precisamente halagüeño. El tema tiene su miga y no estaría de más que los sectores afectados de una u otra manera por esta problemática se pusieran manos a la obra para frenar semejante dislate. Las papas han sido el sustento base de los canarios durante mucho tiempo, como ha ocurrido con tantos otros pueblos emigrantes (gallegos, irlandeses,…) y ya debiéramos haber aprendido que con la comida no se juega.