Cualquiera que haya leído Las espiritistas de Telde, inolvidable novela de Luis León Barreto, conoce la relación histórica que existe entre Flandes y Canarias y lo presente que puede llegar a hacerse nuestro pasado de las formas más inesperadas.
Yo la primera vez que leí sobre este asunto fue en un magnífico libro sobre Historia de Canarias coordinado por Antonio de Bethencourt Massieu. El profesor Massieu decía que el tesoro de arte flamenco existente en Canarias era de primer orden.
Años más tarde, en 2005, leyendo la revista cultural Bienmesabe, me entero de que se organizaba una exposición de arte flamenco que viajaría de Gante (Bélgica) a La Palma (Canarias). Aquello quedó registrado en algún lugar de mi memoria, y, unos meses más tarde, cuando ya creía haberlo olvidado, paseando por Brujas vi un cartel anunciando esa exposición en la puerta de una tienda de antigüedades. No puede evitar acordarme en aquel momento de las palabras del profesor Bethencourt Massieu sobre la importancia del patrimonio de arte flamenco existente en nuestro país.
El pasado domingo iba a casa de un amigo en compañía de unos familiares que están de visita en Bruselas. Al pasar por delante de Notre Dame du Sablon, a la vista de los innumerables detalles de su pórtico gótico, no pude evitar pensar una vez más en las relaciones que el arte, a la estela de la economía, ha imbricado entre Flandes y Canarias.
Ya de vuelta en casa escribo estas líneas mientras resuena en mi cabeza el gran proyecto que el profesor Bethencourt propone en su libro: la creación del Museo de Arte Flamenco de Canarias.
Y no puedo evitar imaginarme a Artiles y Bandamas visitando sus instalaciones mientras pienso de nuevo en lo caprichosa que es la historia y en cómo se hace presente de las formas más inesperadas.