En los últimos días se ha hecho viral la iniciativa de las redes de canarizar las producciones de Netflix. Breaking Báez, El Meltalista, El Padrino, en referencia a Soria o Titanic, con la imagen del Naviera Armas accidentado hace unos años. Voy a tomar la misma referencia para construir mi texto y canarizar una serie de la popular productora, una serie, por cierto, que para constituye un ejemplo inteligente de cómo hacer y construir una serie.
En relación al tema que quiero tocar podría titular esta columna La casa de papel, una economía frágil y débil. Sin embargo, prefiero titularla Canary Dark y usar el leitmotiv de la serie alemana. En 1570 el campesino Salvador se ve abocado a la pobreza por la crisis de la caña de azúcar y la apertura de nuevos espacios para su cultivo. Búsqueda de un nuevo sector, emigración y dificultades. En otro momento histórico, un aparcero recoge sus bártulos de su lugar de trabajo. Ya no hay mercado para el tomate y se debe reciclar en otra ocupación. Lo que toca es el turismo. Rafael tiene 50 años y ya no está en condiciones de aprender una nueva profesión. Es 1973.
2009. Yeray, un joven de 25 años, está en el paro. No estudió porque su familia tenía necesidad y comenzó a trabajar tras cumplir los 16. Una profesora lo animó, «un albañil cobra más que un abogado y tiene más opciones de trabajo». Con una niña de dos años, está a punto de terminarse su prestación por desempleo, su pareja no trabaja y no sale nada. Estamos en plena crisis financiera y ya no hay trabajo. Llegó a ganar mucho dinero, tanto que se compró un todoterreno. Hace tres meses lo vendió y se compró un utilitario de segunda mano. Pagaba más de 400 euros de letra. Está desesperado y sin opciones.
Estamos en septiembre de 2020. Ruymán era ayudante de cocina en una zona turística. El hotel en el que trabajaba acaba de anunciar su cierre, se enteró por las noticias. Desde marzo estaba parado, era eventual. Tiene 32 años y su prestación se acaba en pocos meses. Está estudiando un curso del paro y tiene un ciclo superior. Sin embargo, lo único que le ofrecen es eso, cursos. La pandemia le dejó sin empleo y no parece que el hotel en el que trabajaba vaya a volver a abrir.
La máquina del tiempo gira y en un tiempo y un lugar indeterminado se encuentran Salvador, con una caña de azúcar en la mano, Rafael, con una caja de tomates de madera y vestido con una camisa de botones remangada, Yeray, con camiseta de manga hueca y portando un bloque de 20 y Ruymán, con gorro de ayudante de cocina y delantal. Se miran sorprendidos uno al otro y les da un espasmo: son la misma persona. Es la historia mil veces repetida de la economía canaria, monocultivo, dependencia exterior, riqueza en pocas manos, pobreza y/o emigración.
Se paran para proponer soluciones. Salvador propone irse a América a lo que Ruymán responde que no, que en Venezuela está el chavismo y hay pobreza, «me lo dijo el vecino de un primo de un amigo que es venezolano». Salvador no comprende esa afirmación sobre la próspera América. Rafael propone plantar el cercado de papas que heredó de su padre, que emigró de la cumbre a la costa para ser aparcero, y vender el producto en alguna rotonda. «¿Con qué permiso, muchacho?», contradice Yeray. Le toca a Yeray, un joven fuerte que plantea usar una cuña en una compañía de servicios aeroportuarios para coger maletas en el Aeropuerto. «Las condiciones ya no son lo que eran, además la movilidad se va a limitar con la pandemia», contradice Ruymán ante la mirada incrédula de los otros tres por eso de la «pandemia».
Ruymán no tiene plan, no sabe hacia dónde tirar. «Si no sale nada, cuando acabe la prestación tendré que pedir algún subsidio», indica. «¿Cobrar sin trabajar? Cómo ha evolucionado Canarias», apunta Salvador. «Tú eres joven, Ruymán, sal a la calle y protesta para que haya políticas favorables a ustedes. Los aparceros nos manifestemos por nuestras condiciones, aunque los grises corrieron detrás nuestra. Al menos me indemnizaron una parte», sugirió Rafael. «Yo solo he ido a dos manifestaciones en mi vida, para oponerme a la LOMCE y para protestar contra la imposición del petróleo. Eso ya no se lleva», responde Ruymán.
«No hay otro camino para la clase trabajadora, más ustedes que son unos chiquillos», apunta el aparcero. «¿Clase trabajadora? Nosotros somos clase media», contradice Yeray. Ruymán asiente con la cabeza. Las cuatro personas, que son la misma, no se ponen de acuerdo. El tiempo les ha cambiado la percepción. Lo cierto es que la historia se repite en Canarias, como dijo Karl Marx, «primero como tragedia y luego como farsa». En Canarias varias veces, por cambios de monocultivos, por crisis o por cualquier crisis exterior, que afecta a la economía dependiente de las islas. La diferencia en 2020 es que ya nadie quiere ser clase trabajadora. Mientras que el ocio nos de la apariencia de burgueses y nos repitan una y otra vez que la lucha de clases ya murió, seguiremos pensando que no somos clase.
No me malinterpreten, no es un manifiesto. Es una simple alegoría de la historia, de la que debemos aprender que sin organización y sentido de pertenencia no se consigue nada. Durante los últimos 50 años hemos vivido la época de mayor prosperidad social de nuestra historia, lo cual no era muy difícil, pero sí ha sido un hito. Eso sucedió por la movilización de la Transición, por la mayor educación de nuestra población, ya no nos podían dominar tan fácil, y por el autogobierno que ha creado espacios propios de bienestar. No creo en doctrinas de ningún tipo, menos ideológicas, pero mientras que los que controlan los medios de producción plantean, nuevamente, la recuperación a su imagen y semejanza, nosotros nos creemos clase media por ver series como Dark en Netflix con una pantalla de plasma.