
Si la legislatura dura lo previsto, a no ser que haya sobresaltos e incluso aunque los hubiera, podemos decir que en 2023 el canarismo cumplirá treinta años de presencia ininterrumpida en el Gobierno de nuestro país. A través de distintas formulaciones, siglas, alianzas,… desde 1993, siempre ha habido fuerzas canaristas en el Ejecutivo canario, dando cuenta de la existencia de ese espacio socio-político que va desde el socio-liberalismo hasta la socialdemocracia, mayormente autonomista, y que principalmente representan en la actualidad las siglas de CC, PNC, NC, AHI, AM, AMF, etc.
Han sido treinta años de avance en el autogobierno y de desarrollo como no encontraremos en la Historia de Canarias. Nunca habíamos sido tan dueños de nuestro destino ni nuestra sociedad se había acercado tanto a otras sociedades desarrolladas en tantos indicadores. Sin embargo, es forzoso reconocerlo, el balance es agridulce puesto que los problemas, especialmente en la coyuntura actual, también son considerables: niveles de pobreza y desatención social, indicadores medioambientales preocupantes, la siempre postergada diversificación económica, una dependencia alimentaria escandalosa, emigración forzosa de nuestras generaciones mejor formadas, etc. Tampoco podemos decir que nuestros niveles de dependencia económica sean menores.
¿Habría sido mejor el panorama de haber sido gobernados mayoritariamente por fuerzas sucursalistas? Conociendo como conocemos el desinterés del sucursalismo por este archipiélago, al que sólo vienen de visita fugaz a La Mareta, La Gomera o a agitar la bandera tricolor un ratito, permítanme que lo dude. Canarias es, vista desde la meseta, ese lugar al que si se va, es de vacaciones, o “siempre y cuando la agenda lo permita”. ¿Alguien se imagina una desfachatez así si el fenómeno de la inmigración masiva se diera en las costas de Málaga, por ejemplo? El canarismo ha sido en bastantes aspectos muy mejorable pero personalmente no me quiero ni imaginar qué sería de Canarias con un mapa político como el de algunas comunidades españolas, donde sólo se puede elegir entre franquicias bastante similares, a poco que uno las compare.
En cualquier caso, el propósito de este artículo no es el de hacer un recuento exhaustivo de las debilidades y fortalezas tras casi treinta años de canarismo. El periodista Enrique Bethencourt dedica con mayor profusión y acierto su libro Nacionalismo canario 3.0 a ese propósito y me atrevo a decir que será esa obra la que encauce el debate acerca de esta cuestión en los próximos años. Estas líneas serán dedicadas a ahondar en la que considero una de las más clamorosas debilidades del canarismo a lo largo de estas tres décadas: su incapacidad para articular un aparato de ideas, dotado de suficiente coherencia y solidez, que haga que el canarismo sea visto e impulsado como un auténtico proyecto político y no como una alianza más o menos oportunista de fuerzas, familias, sensibilidades,… en tierra de nadie.
Empecemos por lo evidente: existe una concepción mayoritaria de la política como el terreno de la gestión de las administraciones públicas o la lucha por llegar cuanto antes a ese terreno mediante las elecciones, alianzas, etc. Sostener, en medio de esta visión tan ampliamente compartida, que también debe haber espacio para el debate ideológico, la profundización en cuanto a ideas, proyectos, valores, etc. no es especialmente popular y suele ser visto, las más de las veces, o bien como un entretenimiento de pocos efectos prácticos o directamente como una pérdida de tiempo. A nadie debe sorprender entonces la tremenda superficialidad con la que políticos de toda tendencia, contando con las honrosas excepciones de siempre, despachan temas de enorme complejidad. Y, por ceñirnos al ámbito del canarismo, el bochorno de tener que leer a algunos de sus representantes hacer declaraciones que serían más coherentes dentro del ámbito del nacionalismo español.
No se puede orillar tampoco una cuestión problemática: se ha instalado entre nosotros el partido-cartel enunciado por Katz y Mair. Hablamos de partidos pequeños, altamente profesionalizados, cuyo principal objetivo es conseguir el poder, cada vez más dependientes de los fondos públicos; donde los afiliados, la importancia de sus cuotas, menguan y su papel real dentro de la organización es crecientemente irrelevante puesto que las campañas electorales son en gran medida subcontratadas a agencias de comunicación, limitándose su participación al abnegado embuchado de sobres y papeletas; donde una buena parte de la estructura del partido trabaja en las instituciones, sin tiempo real para atender nada medianamente parecido a una organización con vida y actividad propia al margen de lo institucional,… Ésa es la realidad mayoritaria de los partidos políticos hoy en día: una realidad que deja escaso margen para el debate real, cuanto menos para el estudio en profundidad de la inmensa variedad de temas que atender, producir informes, seminarios, etc.
Los partidos sucursalistas acusan menos esta última carencia. Sus centros de decisión, think tanks, intelectuales orgánicos, redactores de argumentarios, fundaciones, etc. están en Madrid y alrededores. Nutren a la sucursal ultraperiférica ante cualquier necesidad en este ámbito. Aquí, los encargados de la delegación, como mucho deberán adaptar el discurso y a veces ni eso. Como aquel programa que el PSOE de Canarias copió de Ciudadanos, cuando López Aguilar habitaba entre nosotros. O las incontables separatas, addendas, suplementos y cuadernillos donde “las cositas canarias” encuentran acomodo en los textos de los partidos sucursalistas. En el canarismo todo esto es bien sabido e históricamente se ha padecido con una mezcla de indignación y resignación. Sin embargo, la que hubiera sido la actitud deseable y constructiva de cara al futuro, es justo la que nunca se ha puesto en marcha: la constitución de un espacio de reflexión y producción que nutra al canarismo de ese cuerpo de ideas, coherente y sólido, que mencionaba más arriba.
Tengo para mí que, sin ese imprescindible trabajo colectivo, el canarismo contará exclusivamente con su cercanía y cierta idea vaga de defensa del autogobierno como sus únicas armas para presentarse al electorado: ése que oscila entre el tercio del electorado y más de un cuarenta por ciento. Me parece poco bagaje para un panorama político cada vez más complicado y con más actores, en el que los vientos de recentralización soplan cada vez con mayor intensidad y no exclusivamente desde la derecha. Vemos día a día cómo los intereses de nuestro archipiélago son ninguneados por quienes dicen que nos convenía un presidente que “habla todas las semanas con Pedro Sánchez” y que volverán a presentarse escenificando la ceremonia de la confusión: partidos que están físicamente en Canarias pero que mentalmente están fuera de Canarias, descentrados.
Sin embargo, a pesar de todo, la sociedad canaria merece disponer de una única opción política que apele a algo más que la canariedad, que presente también un programa político de futuro, cargado de ideas y proyectos que nos hagan sentir que votar canarismo es votar por el bienestar de la gente en nuestro país y por una mejora sensible de la calidad democrática actual, el reforzamiento del Estado de Bienestar, nuestros derechos sociales, una decidida contribución a la lucha contra el cambio climático desde una sociedad de mujeres y hombres iguales. ¿Pasarán otros treinta años sin que se sepa construir ese programa?