
Gabriel García Márquez cuenta que escribió El Coronel no tiene quién le escriba en París. Su periódico había cerrado y en la capital francesa era corresponsal. Se quedó con la intención de estudiar cine y para escribir, su vocación frustrada. Escribió a un amigo para que le mandara dinero para poder vivir y sobre todo volver. Sin embargo, a pesar de que acechaba al cartero, la carta con el dinero de su amigo no llegaba. Mientras, en la habitación de arriba, con la agonía de la precariedad, posiblemente el mejor escritor en español del siglo XX escribía una auténtica obra maestra. «Si hay algo auténtico en mi literatura es esta obra», decía Gabo.
El coronel, como García Márquez, vivía con la esperanza de que llegara una carta en la que se le concediera su pensión como veterano de guerra, mientras la miseria lo acosa. Pese a ello, él nunca pierde la esperanza de recibir dicha pensión que le permita respirar. Con la única posesión de un gallo de pelea heredado, cada viernes acude a la oficina de correos con esperanza, pero jamás llega la carta deseada.
Es una analogía perfecta para explicar la relación Canarias-España en muchos aspectos, sobre todo cuando Canarias molesta y reclama algo que no cuadra en Madrid, por muy lógico que sea. Da igual el signo del gobierno en Madrid, no se engañen. También da igual el signo del gobierno en Canarias. Hay cuestiones que se alargan sobremanera y nunca se solucionan. La inmigración es una de ellas. Desde que llegara la primera patera a Canarias a principios de los 90, siempre se repite el mismo guión: cuando se reactiva la ruta canaria, el Archipiélago se encuentra con problemas graves de acogida. Nadie le sabe dar solución, los ministros no vienen y todo el mundo se esconde.
Pasó a finales de los 90, pasó en 2006 y ha pasado varias veces más. Las pateras llegan y no se da respuesta para la acogida temporal. Se improvisan barracones, espacios y siempre nos encontramos con imágenes dantescas. Quién no recuerda a los inmigrantes saliendo en camiones de basura de Maspalomas, durmiendo en condiciones infrahumanas en el Aeropuerto de Fuerteventura o las más recientes de personas durmiendo sobre el asfalto al sol en Arguineguín. En Madrid no se inmutan. Mientras que no lleguen a territorio peninsular, el problema lo asume Canarias. En cambio, se echan balones fuera.
La mayoría de los inmigrantes tienen como destino Madrid, Londres, París, Berlín o Nantes, pero no se le facilita el traslado y se exponen a seres humanos a condiciones leoninas, sin que desde España se conmuevan. El último episodio fue la visita fallida del ministro competente, José Luis Escrivá. Intuyo, aunque no lo quieran decir, que en el PSOE hay murmullos de cabreo ante el menosprecio y la declaración de que necesita un hueco bastante grande en su agenda para visitar las islas. Probablemente no lo dirán porque quien se mueve no sale en la foto, hay secretarías de estado, puestos orgánicos y direcciones insulares esperando, pero es lógico pensar que se sienten ninguneados.
Alguno esbozó una sonrisa cuando Pedro Sánchez no pudo (o no quiso) recibir 15 minutos a Fernando Clavijo, anterior presidente, ante una de las mil crisis migratorias en Canarias. Cuando coincidieron en Lanzarote, Sánchez se arrimó al presidente portugués y pasó olímpicamente del canario. Quien le rió la gracia no se esperaba que su gobierno ahora torciera el gesto de nuevo. Posiblemente desde la oposición el problema se veía distinto, «el presidente tiene cosas más importantes que solucionar», pensarían. Ahora que están en la mayoría de las instituciones, se encuentran el problema de frente, mientras el camarada Escrivá se dedica a su importante agenda.
No es un problema de partidos, esa es la enseñanza de este proceso. Hay una dejación de funciones de España con Canarias desde que por el horizonte se atisba un problema. Canarias reacciona como el niño maltratado por su malvada madre que le dice que ella tiene cosas mucho más importantes en las que pensar. Mientras tanto, pasan los años y seguimos tratando a seres humanos como mercancía. No aspiramos a una política migratoria propia para Canarias, un archipiélago africano que debe atender un fenómeno global que no va a dejar de existir, mucho menos con la crisis climática. Esa política propia sería lo ideal, pero hay pocos visos de peticiones de mayor poder decisorio en este gobierno títere de Madrid. Pero es que ni siquiera llega un parche allende los mares.
Escrivá vendrá al final, no lo duden. Si no lo hace, lo hará el mismísimo Pedro Sánchez, con otro nivel a aquel aspirante que se manchó las botas en un colegio de Jinámar tras unas terribles lluvias y saludó a los viandantes en La Garita. Se sacarán la foto, con distancia, pondrán cara compungida y ese día los inmigrantes estarán en lugares dignos, de seres humanos al menos. Luego se irán, ofrecerán una solución transitoria y se le despedirá como a Míster Marshall. En unos años (o antes) regresará el problema desde la maltratada costa occidental africana, esa costa hermana y vecina cuyos seres humanos que la habitan solo persiguen una vida digna, huir de la guerra o reunirse con sus familiares en algún lugar de Europa. El problema no desaparecerá, insisto. Estos días murió de la maldita COVID-19 Félix Juan Bordes y yo me acordé de esta exposición en Casa África. África no tiene quién le entienda, menos el hombre blanco. Canarias no tiene quién le visite, al menos para solucionar estos problemas. Descanse en paz, Félix Juan Bordes.