
El actual Gobierno tiene muchos desafíos por delante. Una buena parte de ellos se dirimen en Madrid, como suele suceder en este alicorto Estado de las autonomías, donde si no hay Gobierno central, inexplicablemente, son las autonomías las que acaban quedando paralizadas. Ése es el nivel de un Estado que alegremente algunos califican de “cuasi-federal”, “más descentralizado que Alemania” y otras boutades. La tradicional sumisión de los socialistas canarios a la metrópoli depararía los resultados históricamente conocidos en estas negociaciones, por eso, los que apostamos por profundizar en nuestro autogobierno, financiándolo debidamente, ponemos nuestras esperanzas en lo que Nueva Canarias pueda arrancar de los trileros de Madrid. No ayudan ni el contexto político ni determinadas decisiones en materia de política económica tomadas por el anterior Gobierno. Sin embargo, por injusto que sea, la invocación a “la herencia recibida” tiene poco recorrido cuando los problemas se agolpan a la puerta.
Otros desafíos se deciden en casa. Demasiadas veces ha olvidado Coalición Canaria que el autogobierno debe legitimarse con una gestión eficiente, impecable; que ésta debe ser vista por los ciudadanos como uno de los motivos más claros y evidentes a la hora de apoyar a nuestras instituciones, nuestro modo de vida, nuestro particular proceso constituyente: apoyamos el autogobierno, entre otras cosas, porque nos hace vivir mejor. Si esto no es así, es precisamente el autogobierno quien sale debilitado pues su suerte corre pareja a las condiciones de vida de la ciudadanía, cuya mejora debe ser el objetivo último de todos aquellos que aseguran que están en esto “por Canarias”. Toca desarrollar una acción de gobierno que, modestamente, podamos vislumbrar en la senda de la construcción nacional. Creo que desde la oposición es mucho lo que se puede hacer también en esta perspectiva.
Entre estos desafíos, dos me parecen especialmente relevantes no sólo desde el punto de vista político sino también ideológico o de las ideas colectivas, si se quiere. Me refiero, en primer lugar, a la ecotasa, que es mucho más que un impuesto sino, en un país como el nuestro, casi una impugnación de una idea que echó raíces hace tiempo por estas islas: los turistas son seres superiores, casi semi-dioses, que no pueden ser importunados ni muchísimo menos señalados como corresponsables de una buena parte de los problemas medioambientales de este archipiélago. Si convenimos en que el negocio turístico, además de rentas para touroperadores, hoteleros, puestos de trabajo con condiciones por lo general manifiestamente mejorables para los nativos, etc., también deja residuos, incrementa las emisiones de CO2, sobredimensiona la demanda de servicios de todo tipo, es consumidor de suelo, etc., entonces, parecerá bastante sensato que los canarios decidamos que esos mismos turistas contribuyan aunque sea mínimamente a aminorar e incluso evitar estos perniciosos efectos. A no ser que se busque que Canarias acabe ostentando el dudoso honor de ser de los poquísimos destinos turísticos en el mundo que no aplique una ecotasa.
El segundo desafío tiene que ver con la ya antigua exigencia por parte de Nueva Canarias de instauración de una Renta de Ciudadanía que atempere las dramáticas condiciones de vida de una buena parte de la sociedad de las islas. Sin entrar en los detalles técnicos del asunto, creo que las resistencias de Coalición Canaria durante la pasada legislatura, no sé si en ésta también, a una medida así, se basan en presupuestos ideológicos inaceptables: los pobres son pobres porque quieren y además son siempre sospechosos de querer ser mantenidos por alguna institución, de no querer trabajar ni estudiar ni salir adelante, etc. Todos los que hemos sido pobres en algún momento sabemos que esto no es sólo falso sino insultante. La adscripción de Coalición Canaria a estos mantras neo-liberales no les ayuda ni a atender las imperiosas necesidades de la población ni a volver a la centralidad política perdida en la última legislatura. Una fuerza nacionalista debe preocuparse de su pueblo y tener una vocación infinita de no dejar a nadie atrás, de que todo el país salga adelante y no solamente determinados sectores sociales. Lo contrario no es ni ético ni inteligente, políticamente hablando.
Coalición Canaria debe repensar su postura en cuanto a estas dos medidas. Rectificar es de sabios. Apoyar al Gobierno en esto es lo más sensato que puede hacer. Recuperará centralidad, perfil social y ayudará a construir puentes muy necesarios en un futuro no muy lejano. Que aprenda de sus colegas en el PNV, una fuerza que está claramente ubicada en este momento histórico en la socialdemocracia cristiana, en el universo progresista con un perfil propio. Además, Coalición contribuirá a visualizar el nacionalismo como un movimiento socio-político que se preocupa realmente de “nuestra gente” y no sólo de “alguna gente”. Y eso es un paso de gigante en la construcción del partido de masas nacional canario que necesitamos.