
Publicado originalmente el 25 de mayo de 2017
Contra todo pronóstico, contradiciendo lo que parecía establecido, Pedro Sánchez obtuvo una holgada victoria en las Primarias del PSOE frente a Susana Díaz. Díaz era la candidata del aparato, representando la posición abstencionista que permitió a Mariano Rajoy formar gobierno. Sánchez recibió el apoyo del 60% de los afiliados en Canarias, por el 30% de Díaz. Lanzarote y El Hierro fueron las únicas islas en las que Susana Díaz superó a Pedro Sánchez. En Gran Canaria, en cambio, el ganador consiguió movilizar al 69% de los votantes por el 20% de su rival más votada. Por lo tanto, el PSOE canario desoyó a los «barones» y a la mayoría de los líderes canarios de su partido.
Todo esto indica un cambio de dinámica en la posición del PSOE en el Estado tras la abstención medida para que Rajoy mantuviera la presidencia, pero, ¿en Canarias? El partido fundado por Pablo Iglesias viene de ser expulsado, hace menos de medio año, del gobierno canario. La imagen ofrecida fue lamentable, de organización que quiso mantener el pacto por encima de todos los atropellos de Clavijo y los suyos, de los sucesivos incumplimientos del pacto en cascada y sometido a insinuaciones como la de Carlos Alonso, presidente del Cabildo de Tenerife, que afirmó en octubre que los socialistas permanecían en el gobierno «por los sueldos».
Tras esta ruptura forzada, Patricia Hernández y los suyos se convirtieron en dura oposición. Los platos rotos del acuerdo alcanzaron a los reproches mutuos en la gestión de la sanidad pública o en las acusaciones de machismo al presidente por una frase en su discurso. Fuera de los focos del Parlamento, la formación se enfrentó a su propia tragedia interna. Tras el Comité Federal de octubre que finiquita a Sánchez, en Canarias el rumbo parecía libre y errante, lo cual, todo dicho sea de paso, no era muy distinto a lo que el PSOE nos tiene acostumbrados en el último lustro. Quizá la falta de referentes se multiplicó, en cualquier caso.
Con la convocatoria de Primarias, la mayoría de los líderes canarios se posicionaron. De ellos, buena parte de los cargos importantes tomaron partido por el caballo que parecía ganador, el de la andaluza Susana Díaz. Patricia Hernández, líder del grupo socialista en el Parlamento, Iñaki Lavandera, portavoz de la formación en el Parlamento, Augusto Hidalgo, alcalde de Las Palmas de Gran Canaria, Alpidio Armas, ex presidente del Cabildo de El Hierro, Juan Fernando López Aguilar, ex secretario general del PSC o José Miguel Pérez, último secretario general del partido. Llamativa es la situación que se da con Pérez, uno de los 17 miembros que dimitieron de la Ejecutiva del partido en septiembre, propiciando la caída de Sánchez. «¿Qué hago ahora contigo?», dirán la mayoría de los líderes del PSOE con Pedro Sánchez.
En el otro lado Ángel Víctor Torres, vicepresidente del Cabildo de Gran Canaria, que ha mantenido una posición de supuesta neutralidad, y Gustavo Matos, diputado parlamentario, el apoyo más claro en las altas esferas de Sánchez. El propio Gustavo Matos sacaba pecho tras la victoria de su candidato y pedía un protagonismo mayor del sanchismo en la nueva Ejecutiva en Canarias. Matos no suscribió el pacto del PSC con Coalición Canaria en el Gobierno.
Pese a los mensajes de unidad, el resquemor de la parte ganadora hace prever una división profunda en la tocada división canaria. La situación es paradójica: la mayoría de los líderes apoyó a Díaz pero Sánchez contó con los votos del 60% de la militancia canaria frente al 30% de la segunda candidata. Los sanchistas están preparados para tomar las riendas y el escenario ha cambiado por completo. En el horizonte un Congreso Federal para finales del mes de junio y una plaza vacante de secretario general. Juan Fernando López Aguilar fue el primero en anunciar su candidatura. Se prevén otras, que podrían ser Patricia Hernández, Ángel Víctor Torres y un apoyo presuntamente incondicional de Pedro Sánchez, Gustavo Matos. Si atendemos a la lógica, de esa terna Matos cuenta con muchas posibilidades de salir reforzado. Todo ello partiendo de la base, y he ahí el quid de la cuestión, que hablamos de un partido deslavazado y sin rumbo, y en el que todo parece posible. Incluso que el eurodiputado López Aguilar se convierta en el rostro de la nueva era en las islas.
Mención especial merece Pedro Quevedo, otro que queda en una situación cuanto menos extraña tras la victoria de Sánchez. En las listas del PSOE por el acuerdo de NC con la organización de la rosa, Quevedo pasó al Grupo Mixto. Tras la abstención del PSOE que permitió el acceso de Rajoy a la presidencia, el de Nueva Canarias votó no a la investidura. Ahora negocia los Presupuestos Generales del Estado a la vez que anima a Pedro Sánchez a «construir las bases del cambio en España». Con Susana Díaz como Secretaria General, y pese a sus diferencias de criterio en campaña, la posición de Quevedo se antojaba más cómoda, pero, ¿cómo tomaría el renovado líder socialista el apoyo a unos presupuestos del PP y luego una nueva alianza en unas hipotéticas Elecciones Generales?
La victoria de Pedro Sánchez es incómoda, por inesperada, en buena parte de su partido en Canarias, que jugó a caballo ganador. «¿Qué hago ahora contigo?». Porque, por otro lado, no me creo que esto sea un giro definitivo del PSOE a la izquierda, como afirman entre otros Gustavo Matos. Sánchez tenía un discurso diseñado por sus rivales que le iba dando motivos para sumar argumentos. Él solo se ha tenido que mantenerse en la casilla de salida, sin grandes estridencias, manteniendo la voluntad de recuperar lo que le fue arrebatado. Recordar que es el mismo líder que prefirió pactar con Ciudadanos antes que con Podemos. En cualquier caso, presumo una escabechina en el PSOE canario que romperá con los nombres que se postulaban. El cambio, en ningún caso, será ideológico sino de rostros de los ganadores que se imponen sobre los de los vencidos. «¿Dónde pongo lo hallado? En las calles, los libros, las noches, los rostros, en que te he buscado», se preguntan, parafraseando a Silvio Rodríguez los susanistas canarios, que jugaron a ganar y se encontraron con el bofetón de una militancia muy abofeteada.