
La cultura prehispánica de las Islas Canarias sigue albergando muchos interrogantes. A todo aquello que va más allá de lo material y tangible, es difícil -y hasta imposible- darle una respuesta científica. Es más, dentro de lo material, también hay preguntas sin responder del todo.
El paradigma de este desconocimiento para mí siempre lo ha representado las pintaderas. Estudios matemáticos llevados a cabo para una tesis doctoral han podido comprobar que así como algunas pintaderas tenían una función que recuerda a la del lacrado, otras no servían para ello, pero en cambio sí para estampar su forma, que combinado con los restos de almagre que contenían puede hacernos pensar que servían para decorar su piel como tatuajes efímeros, u otro tipo de superficies similares, como las pieles curtidas con que se podían vestir.
Pues al apasionante interrogante que suponen las pintaderas, una realidad geométrica cuyo significado «nos interpela y desarma», como dice D. Jorge Onrubia, se suman ahora unos burgaos maravillosos. Es cierto que burgaos decorados ya había, y ya sorprendía la minuciosidad y meticulosidad con la que hacían incisiones en la concha para decorarlos. Pero es que los descubiertos en la última campaña de excavación que ha habido en el Museo y Parque Arqueológico Cueva Pintada apareció un nuevo tipo de decoración infinitamente más delicada. Consiste en levantar toda la capa exterior de la concha para dejar a la vista el claro nácar, que contrasta con una parte no trabajada que queda como un cordón que lo rodea. Una preciosidad. El uso, una vez más, no se puede afirmar tajantemente, pero imaginamos que era para decorar. Lo cual plantea, a su vez, otras preguntas evidentes: decorar qué o a quién; porque sabemos que se trataba de una sociedad jerarquizada y elitista, ¿podría usarlos cualquiera? Lo dudo, vaya por delante que no soy una especialista, sino que me guío por el sentido común y el contexto de estos burgaos excepcionales que, además de regalarnos la vista, nos retan a seguir descubriendo detalles de una cultura prehispánica de características únicas en este gran planeta. Y es ese reto, precisamente, lo que da la belleza a lo desconocido.