
Canarismo: Los términos “canarismo” y “españolismo” —lo mismo que otros parecidos (como por ejemplo “catalanismo”, “vasquismo”, “galleguismo”)— son usados en un sentido muy preciso, que a veces se aleja de forma intencionada del confuso —y muchas veces peyorativo— sentido habitual. Son términos omniabarcantes, que no tienen un claro significado apriorista y sí muchos significados, concretos y posibles. Son significantes vacíos, que se convierten a su vez en flotantes (Ernesto Laclau). Signos lingüísticos neutros, sin acepción estricta, que en su aparición en los discursos particulares se convierten en significantes que se cargan —de forma dinámica en los diferentes textos y contextos— de significados precisos, aunque pueden ser variados, e incluso opuestos y confundidos. El canarismo (como el españolismo, catalanismo, etcétera) es uno de esos “ismos”, que identifica de forma genérica unas doctrinas ideológicas y unos movimientos políticos de defensa genérica de lo canario.
Es, por tanto, un amplio macrorrelato, compuesto a su vez de diferentes microrrelatos. Entre ellos, hoy por hoy predomina el microrrelato del “canarismo españolista”, que no es más que una variante discursiva canaria hegemonizada por el nacionalismo españolista, que es neocolonizador y asimilacionista, y que edulcora la canariedad: un relato avasallador en tanto que españolista y claudicante en tanto que canarista. Su adversario histórico ha sido el microrrelato del “canarismo independentista”, tanto de raíz americanista como africanista, de enfoque opuesto, antiespañolista. Frente a ambos relatos, el canarismo españolista ofensivo (o ultraespañolismo) y el canarismo antiespañolista reactivo (o ultracanarismo), se postula aquí un imperativo poli(é)tico preciso: elaborar un tercer microrrelato, el del “canarismo democrático”.
Se trata de forjar una narrativa estratégica autodeterminista para abordar el problema nacional canario desde un enfoque soberano autocentrado. Un canarismo democrático, por tanto, pluralista e incluyente, que reivindique una identidad mestiza y una condición política decolonial y nodependiente (que es la que deberá sustituir las renovadas colonialidad y dependencia que nos vienen caracterizando negativamente a las Islas y desde muy atrás). Se trata de imaginar de forma colectiva y de luchar por una nación canaria más equitativa, interdependiente y tricontinental, en la que se reconozcan de facto los derechos de ciudadanía a partir de la apertura de un proceso constituyente soberano. Un canarismo así habrá de declarar —como acto fundacional, pacífico y democrático— el buen pleito nacional-popular canario (véase ‘Poli(é)tica’, ‘Estrategia’, ‘Relato’, ‘Españolismo’, ‘Unionismo’, ‘Separacionismo’, ‘Problema nacional canario’, ‘Buen pleito nacional-popular canario’, ‘Proceso constituyente canario’ y ‘Soberanía democrática’).
Casta política: Más allá del sentido antropológico, palabra sociopoli(é)tica que alude a la oligarquía o élite de poder que toma decisiones políticas, militares, económicas, tecnológicas, mediáticas, religiosas y culturales en beneficio exclusivo de las minorías privilegiadas, fomentando la desigualdad, el autoritarismo y/o la corrupción. No se refiere, pues, a todos los miembros de los sectores beneficiarios, sino a los que tienen capacidad de decidir e influir en el sentido antedicho. La casta nacional canaria alude a la oligarquía o élite hegemónica de poder, entendida como fracción subalterna y en colusión con las castas estatal e interestatal y sus bloques hegemónicos. Frente a la hegemonía nacional-oligárquica no hay más alternativa que la articulación democrática de una contrahegemonía nacional-popular (véase ‘Nación’, ‘Pueblo’, ‘Realismo razonable’, ‘Crítica y reconstrucción’, ‘Desaprender’ y ‘Problema nacional canario’).
Centralismo: Ver ‘Unionismo’.
Colonial, decolonial: La sociedad canaria se configura en este siglo como una nación colonial de nuevo tipo, con singularidades propias sin paralelo. Téngase presente que la colonialidad tardomoderna del mundo glocalizado del siglo XXI largo ha adquirido rasgos diferentes a los que tenían las colonias en fases anteriores de la Modernidad y del mundo premoderno. En la Tardomodernidad actual, la colonialidad se expresa a través de nuevas formas de subalternidad basadas en la dependencia, dominación y aculturación, impuestas a las naciones de forma ilegítima, con coerción y coacción violenta por parte de la superpotencia imperial (con su supremacismo militarista y su hegemonía capitalista), en coalición y competencia con las restantes potencias mundiales. Se trata de una nueva subalternidad colonial impuesta por un nuevo imperialismo, “de bases antes que de posesiones” (Chalmers Johnson), a través del control informal y el dominio material para la “desposesión mediante privatización” (David Harvey).
Frente al actual “colonialismo interno” (Pablo González Casanova) y la nueva “colonialidad del poder” (Aníbal Quijano), la decolonialidad del siglo XXI largo plantea la necesidad de comprender las transformaciones del viejo colonialismo (convertido ahora en nuevas formas de dependencia y dominación ultraliberales y ultraconservadoras) y exige para ello repolitizar el pensamiento y, a la vez, repensar la política. Desde la perspectiva decolonial, la profundización en el conocimiento del problema nacional canario pasa por comprender a la sociedad isleña como una singular nación-colonial hispanoafricana, atlántica y tricontinental, de cara a su autodeterminación soberana y su liberación democrática. La colonialidad y la dependencia son, así, dos de las notas que más negativamente caracterizan a la sociedad nacional canaria, de voz colectiva silenciada o distorsionada (véase ‘Casta política, ‘Canarismo’, ‘Españolismo’, ‘Nación’, ‘Pueblo’, ‘Mestizaje’, ‘Legitimidad’, ‘Soberanía democrática’, ‘Problema nacional canario’ y ‘Proceso constituyente canario’).
Constitución democrática canaria: De los buenos pleitos surgen los buenos arreglos. Una Constitución democrática es el mejor acuerdo posible en la política pública, la garantía para el acceso a más equidad, bienestar y paz. En el caso canario, también. Porque todo proceso de demanda y ejercicio de la soberanía nacional del Archipiélago (que es en lo que consiste en el fondo el buen pleito nacional-popular canario que necesitamos, superando los malos pleitos insulares) debe orientarse hacia la constitución de las personas que habitan nuestra comunidad, a partir del reconocimiento tanto de sus derechos y obligaciones ciudadanas como de su identidad y pertenencia nacional (que es el buen arreglo nacional-popular que necesitamos). La Constitución democrática canaria ha de ser el gran ideal civilizador de la convivencia en las Islas.
En sentido material, la Constitución deberá consistir en la aspiración a un ordenamiento político equitativo de las relaciones sociales de poder de los individuos/personas que viven en nuestra sociedad/comunidad. En sentido formal, la Constitución habrá de expresarse en un corpus de normatividad e institucionalidad jurídico-política que sea congruente y acorde con ese orden. Esa expresión formal dependerá, por tanto, de la mayor o menor calidad democrática del ordenamiento material de las relaciones sociales. De ahí que la lucha por una Constitución democrática canaria deba ser considerada, a diario, como poder soberano ejercido y carta de navegación que lo oriente, como política vivida y aspiración de futuro (véase ‘Poli(é)tica’, ‘Estrategia’, ‘Arreglos’, ‘Pleitos’, ‘Problema nacional canario’, ‘Buen pleito nacional-popular canario‘, ‘Proceso constituyente canario’ y ‘Soberanía democrática’). (Continuará)
Esta entrada forma parte, con las adaptaciones y actualizaciones pertinentes, forma parte del volumen Libertad de actuar. Argumentos poli(é)ticos para el disenso, de Pablo Utray, publicado en noviembre de 2018 por las Ediciones Tamaimos.