
Pareciera que hoy tocaría hablar de Cataluña y su referéndum. Sin embargo, alongado en este letime, la vista no me alcanza para tan lejos. Recuerdo que nosotros también quisimos votar, tener nuestro propio referéndum. No era sobre la Autodeterminación, con mayúsculas, pero sí que no dejaba de ser una muestra de ese plebiscito cotidiano que debe ser una nación. Era, si se quiere, una práctica de autodeterminación, con minúsculas. La sociedad canaria estaba altamente movilizada en contra de los sondeos petrolíferos de Repsol frente a las costas de Lanzarote, autorizados en un aciago Día de Canarias por el entonces ministro José Manuel Soria. Fueron apoyados en el Parlamento español por los hoy llamados Partido Demócrata de Cataluña, no lo olviden. Sin embargo, no todo estaba perdido.
El Gobierno, con Paulino Rivero al frente, había puesto encima de la mesa la posibilidad de consultar democráticamente a los ciudadanos y ciudadanas canarias sobre la propia posibilidad de los sondeos. Fue imposible. La negra y fiera España, con su profunda e inveterada raíz antidemocrática se echó encima. Que un pueblo dentro del Estado español decidiera votar sobre un asunto que sólo a él atañía era demasiada calidad democrática para el aparato estatal. Al igual que sucede con la violencia, el monopolio de qué y cuándo se vota corresponde al Estado. Nuestro Estatuto -un bonsai comparado con otros y desde luego con lo que aspiramos tener- no nos permite ni siquiera consultar(nos), como tampoco nos permite marcar nuestros propios ritmos políticos, disolver el Parlamento ni tantas otras cosas.
Y sin embargo, se ganó. Repsol hizo el paripé -qué remedio- de hacer como que sondeaba y se marchó de la zona en pocas semanas. Tal era su descrédito. Tampoco le fue mucho mejor al ministro de Ultramar, que finalmente acabó enredado en turbios asuntos. Fue la sociedad canaria entera la que, en estado de protesta permanente, tumbó al rival. No pudimos votar pero los botamos. Estuvimos unidos como pocas veces solemos estarlo y al final, recogimos los frutos.
Tengo para mí que España, su arraigado atraso en cuanto a derechos y libertades, no va a cambiar. Hay que hacerla cambiar, a través de la movilización social y la respuesta democrática organizada. Para eso valen muchas cosas y habrá, como en L’estaca, que tirar unos y otros de aquí y allá. Un referéndum en Cataluña sería desde luego un pulso formidable ganado al Estado, algo que en Escocia, Québec, Eslovenia, Kosovo,… no es sino un ejercicio democrático, que no es poco. Llegará el día en que también en Canarias tengamos esa clase de ejercicios democráticos, que vayan más allá de la ritualizada convocatoria cuatrianual cuando nos dicen desde Madrid. También, como en otros sitios, podremos decidir qué queremos compartir y qué no, qué tipo de relaciones queremos tener o no con los demás. No nos lo podrán imponer. Tendremos una democracia mejor. Votaremos.