
Cuando vía Twitter, durante el reciente Debate sobre el Estado de la Nacionalidad Canaria, tuve noticia de que el Presidente Clavijo pensaba “incentivar económicamente a aquellos profesores que dieran sus clases en inglés”, no podía dar crédito. No porque no piense que dichos profesores deban ser incentivados económicamente sino porque me pareció, como mínimo, un tratamiento del asunto tremendamente irresponsable y desenfadado, poner la carreta delante de los bueyes. Afortunadamente, la lectura reposada de su discurso me devolvió ideas algo más fundadas sobre lo que realmente hablaba el Presidente: “Así, nos proponemos como reto lograr en esta legislatura incrementar el segundo idioma en los 605 centros escolares públicos hasta tercero de primaria con el objetivo de que en 10 años todos los alumnos tengan un nivel competencial de idiomas que se traduzca en que el alumnado de Bachillerato termine sus estudios con un nivel B2, los de Secundaria con un B1 y los de Primaria con un A2.”.
Más adelante, en el Anexo al discurso, se nombra expresamente un “Plan de Impulso del Aprendizaje de Lenguas Extranjeras”, P.I.L.E., que tiene como objetivo “promover acciones orientadas a mejorar el proceso de aprendizaje de lenguas, favoreciendo el desarrollo de la competencia en comunicación lingüística a través de las lenguas extranjeras como medio de aprendizaje de otros contenidos curriculares, unificando el nivel de las competencias tal y como se establece en el Marco Común de Referencia Europeo”. Más precisamente, “que el alumnado pueda acreditar un determinado nivel lingüístico a la finalización de cada una de las etapas educativas de las enseñanzas de régimen general. Y, por otro lado, impulsar metodologías de aprendizaje integrado de las lenguas extranjeras, dando prioridad al idioma inglés”. En cuanto al profesorado, “ofrecer al profesorado distintas modalidades de formación en idiomas, adecuándolos a sus necesidades e intereses; realizar las modificaciones normativas necesarias para posibilitar la aportación al sistema educativo del profesorado con el perfil idiomático necesario para conseguir el objetivo de este plan”. Se habla asimismo de un horizonte de unos 7 años para conseguir que el alumnado finalice el Bachillerato con un nivel de competencia B2 en inglés, al menos, y la introducción de la figura de los auxiliares de conversación, con una partida presupuestaria de quinientos mil euros para este año (¿o curso?).
En definitiva, se debe admitir que más allá del tweet, que parecía anunciar una loca carrera por el complemento de bilingüismo por parte de los profesores, el Gobierno tiene un plan, que vendría de alguna manera a suponer la continuidad y refuerzo de lo que se ha venido realizando hasta ahora por las metodologías AICLE, CLIL y ÉMILE, considerado en años recientes el modelo educativo imperante, antes que una alternativa más. Para los no acostumbrados a manejar esta terminología diré que son, en pocas palabras, enfoques pedagógicos que insisten en el aprendizaje integrado de lengua y contenidos y que suelen tener como horizonte el Marco Común de Referencia Europeo para el Aprendizaje de Lenguas. Desde el punto de vista metodológico, no son grandes los cambios, que se concentran especialmente en el aumento del número de horas impartidas en la lengua de referencia y que se pretende que llegue a ser del 50%. Ahora bien, no está de más dedicar algo de tiempo y espacio a comentar lo que hasta ahora sabemos sobre el Plan. Una buena parte de mi vida profesional se ha desarrollado en centros bilingües públicos de la Comunidad de Madrid. Conozco el sistema por dentro, su evolución, sus luces y sus sombras. Creo que mis mayores alegrías profesionales han venido de los logros de mis alumnos «bilingües». Me gustaría, ahora que en Canarias parece que se va a acometer este reto con decisión, tener la oportunidad de desbrozar qué puede servir y qué convendría repensar.
En primer lugar, no sería mala idea abandonar la etiqueta de “bilingüismo” porque genera más problemas de los que resuelve. Aunque, etimológicamente, no remite sino a la presencia en cierto equilibrio de dos lenguas, la inmensa mayoría de la gente piensa en esas personas que, porque uno de sus padres hable comúnmente otra lengua o porque se haya criado en un país de lengua distinta, hablen a la “total perfección” dos lenguas: por ejemplo, una en casa y otra en el colegio. O en países como Cataluña, donde se hablan con normalidad dos lenguas, aunque con diferente distribución. Creo que por una cuestión de honestidad y rigor, convendría rebajar las expectativas y hablar más de mejora, refuerzo o, como hace el Plan, Impulso del Aprendizaje de Lenguas Extranjeras. Está claro que desde la educación privada se seguirá hablando irresponsablemente de “bilingüismo” y “enseñanza bilingüe”, pero eso no es otra cosa que marketing.
Creo también muy importante recalcar lo que me parece obvio: un Plan así debe tener unos tiempos que serán forzosamente distintos a los tiempos y ritmos políticos. Conviene lograr acuerdos y consensos que vayan más allá del grupo que ahora mismo ostenta las labores de gobierno, porque si no, este Plan estará irremisiblemente abocado al fracaso. Los doce años de vida escolar, quince si incluimos la etapa infantil, que dura la enseñanza obligatoria deben conocer los menos sobresaltos posibles y si de verdad se aspira a lograr objetivos cuantitativamente amplios, hay que lograr una estabilidad que sólo puede venir del consenso y de la creencia firme de que se está haciendo lo correcto. Hablamos de tres, cuatro legislaturas… Es obvio reconocer que es difícil porque no es habitual, sin embargo, es absolutamente necesario que esto sólo se retoque para mejorarlo y no para ganar una batallita al partido del rival. En la Comunidad de Madrid ha habido una estabilidad política y una convicción que ha permitido avanzar sin demasiados cambios a pesar de las críticas, que también ha habido. Con sus límites, creo que se empiezan a recoger los frutos y es una muy buena cosecha. En Canarias sería importante alcanzar el acuerdo de que, no importa los cambios políticos que legítimamente pueda haber, el Plan de Impulso de Aprendizaje de Lenguas Extranjeras debe seguir adelante.
La estabilidad es importante no sólo porque es un valor en sí misma sino porque serán muchos los ataques a un plan así desde diversos frentes. En primer lugar, desde el lobby de la enseñanza privada, que hasta ahora ha estado muy satisfecho perpetuando la idea de que el “bilingüismo” (sic) debe ser patrimonio exclusivo de las clases pudientes y de que, por alguna extraña razón, un pibe de Ofra o una piba de Jinámar, o de Sabinosa o Tefía, etc. no podían recibir una educación así, a no ser que sus padres desembolsaran los 600 euros mensuales, o más, de rigor. No soportan saber que un Plan así es también un poderoso instrumento de igualdad social, donde los alumnos de sectores más desfavorecidos pueden competir en igualdad de condiciones con aquellos que hasta ahora parecían ser los únicos posibles destinatarios de la enseñanza en dos idiomas. En segundo lugar, desde los sindicatos de enseñanza, que empezarán a recibir quejas cuando haya profesores que resulten desplazados de sus centros por aquellos que sí estén acreditados para impartir sus materias en otro idioma. Habrá que ver en concreto qué “diferentes procesos de inmersión lingüística en función de las dotaciones de personal de los centros y su pertenencia al programa de inmersión lingüística CLIL de la Consejería de Educación y Universidades” prevé el Plan, siempre según el discurso del Presidente. No hay tampoco que descartar del todo que, desde los sindicatos, se comprenda que un objetivo tan ambicioso para toda la sociedad se beneficiaría enormemente de su apoyo real. Es probable que no haya tantos ataques desde los padres y madres, pues éstos deben tener siempre la posibilidad de elegir si quieren que sus hijos sigan un currículo reforzado en idiomas o el currículo standard. En mi experiencia, la inmensa mayoría de las veces agradecen la oportunidad que se les abre a sus hijos y son conscientes de sus avances. El Informe de Evaluación Externa del Programa CLIL de la Consejería de Educación, Universidades y Sostenibilidad del Gobierno de Canarias, 2014, señala altos niveles de satisfacción de las familias, por ejemplo.
La figura de los auxiliares de conversación es fundamental. Pueden ser jóvenes titulados o en últimos años de carrera, venidos de países extranjeros, que puedan aportar ideas e iniciativas, entre otras cosas porque deseen ser profesores en el futuro. Sin embargo, también pueden ser profesionales ya afincados en las Islas Canarias que deseen tener una experiencia de colaboración en el sistema público y acrediten la formación necesaria. Bien formados y dirigidos, jugarán un papel central en el desarrollo de las competencias comunicativas de los alumnos y alumnas. Para empezar, quinientos mil euros no parece una cantidad excesiva. Debe ser aumentada a medida que el Plan vaya desarrollándose y haya cada vez más centros adscritos al Plan. También es esencial la figura de los coordinadores del Plan en cada centro, que deben ser profesionales con experiencia, convencidos y comprometidos con los objetivos del mismo. Muchos atesoran ya la experiencia del trabajo previo realizado en AICLE, CLIL y ÉMILE. Ellos, junto a los profesores, se encargarán de que los estudiantes alcancen dichos objetivos, que deben ser refrendados en pruebas externas reconocidas. Aquí cabe alcanzar acuerdos de colaboración con las Escuelas Oficiales de Idiomas, cuyos títulos deben ser aceptados como lo que son, perfectamente válidos y huir del monopolio de determinadas universidades británicas e irlandesas, auténticos emporios de las certificaciones académicas que han encontrado en planes similares todo un filón.
También, puestos a mejorar, se debe ayudar a aquellas familias que lo necesiten, a la hora del pago de las tasas de estos exámenes, mucho más baratas en el sistema público, pero se debe involucrar a aquellas familias que no lo necesiten en el co-pago de las mismas o pago total, si de verdad están comprometidas con que sus hijos alcancen los objetivos del Plan. Pienso en un sistema de tramos en función de renta. Voy más allá: ¿por qué no “convencer” a los empresarios turísticos, siempre tan preocupados por el conocimiento de idiomas, para que apoyen económicamente este plan? ¡Qué menos que devolver a la sociedad canaria una ínfima parte de lo que ésta les ha dado! La Consejería de Educación podría crear una Fundación pública a tal efecto y así los empresarios desgravarían sus aportaciones. ¿Por qué no? Estoy seguro de que Kiessling apoyaría sin reservas una idea así. Esta Fundación además podría gestionar todo lo relacionado con los auxiliares de conversación, captación, formación, contratación, asignación de destino, evaluación, pago, etc.
En definitiva, creo que cabe desear la mejor de las suertes al P.I.L.E. y a los profesionales que se dedicarán a llevarlo a cabo. Rompo una lanza en favor del Presidente Clavijo en este tema, pues quiero creer que la preocupación es sincera. Nos jugamos mucho y por tanto la apuesta debe ser alta: por ejemplo, ¿por qué no pensar qué puede hacer nuestra televisión pública para ayudar al sistema educativo a conseguir este objetivo? Seguramente es mucho, como incrementar el nivel de emisiones en lengua original con subtítulos, y contribuiría a prestigiar un instrumento que no siempre ha sido destinado a los mejores fines. Por muchísimas razones, vale la pena intentarlo. Una sociedad con un alto conocimiento de idiomas, en plural, es una sociedad que mira al futuro con seguridad, que no conoce barreras, que habla de tú a tú con el resto del mundo. Canarias debe avanzar por ese camino. No sólo por la vía del inglés, lingua franca del mundo en que vivimos, sino también por la vía del francés, para poder hablar con nuestros vecinos y, ¿por qué no?, del portugués, la otra gran lengua de la Macaronesia. Esto nos hará un país desarrollado, más preparado para los retos de una sociedad globalizada como la actual, donde no debemos ni achicarnos ni disolvernos, donde nuestra formación académica y preparación intelectual sean nuestra mejor carta de presentación. Pero también porque un mayor conocimiento de idiomas redundará beneficiosamente en la oralidad, esa gran marginada del sistema educativo y que tanto hay que trabajar, también en español, como por ejemplo ya hace Yeray Rodríguez en sus talleres de verso improvisado en centros de Primaria. No porque el objetivo sea obtener verseadores, que tampoco está nada mal, sino ciudadanos que sepan expresar sus opiniones sin dificultades, sin la tan arraigada inseguridad del canario a la hora de tomar la palabra.
Terminaré esta modesta reflexión con una anécdota. Durante un curso de formación sobre bilingüismo al que tuve la oportunidad de asistir en la Universidad de Georgetown, Washington D.C., la ponente compartió un dato extremadamente sugerente. Todos los estudios de las autoridades educativas estadounidenses al respecto eran recurrentes: aquellos estudiantes que provenían de comunidades con un autoconcepto positivo, con una autoestima colectiva alta, con un sentimiento positivo de identidad, no sólo aprendían el inglés mucho más rápidamente sino que además sobresalían en el resto de las asignaturas. Por contra, aquellos estudiantes que provenían de comunidades con un autoconcepto negativo, baja autoestima, que ocultaban sistemáticamente su identidad cultural… tardaban mucho más en aprender el inglés con solvencia, a veces ni lo conseguían y además solían ser víctimas del fracaso escolar. Entre los primeros, los asiáticos; entre los segundos, los mexicanos y otras comunidades latinas.
A mi juicio, la lección es clara: promover un conocimiento alto de varias lenguas entre nuestro alumnado no sólo no es una contradicción sino que debe ser casi hasta una exigencia de la Escuela Canaria que tanto necesitamos. Dicho de otra manera, un sistema educativo centrado en Canarias, no descentrado, es el mejor pilar para un Plan como el que se propone. Porque un árbol de raíces fuertes sabe que sus ramas pueden llegar muy lejos sin temor a morir en el intento. Porque una Canarias fuerte en el siglo XXI hablará muchas lenguas, sin dejar de ser nosotros mismos.