
En el centro agrícola de Tefía no había tregua. Los internos trabajaban de sol a sol en trabajos forzosos. Hablamos de un campo de concentración en toda regla. Los jóvenes realizaban dichos trabajos bajo el inclemente sol majorero, en unas condiciones extremas. Todo ello en medio de palizas y vejaciones. Solo podían ducharse una vez a la semana y con el agua fría que ellos mismos sacaban de un pozo. Tefía estuvo activo entre 1954 y 1966. Allí iban a parar las personas acusadas bajo la Ley de Vagos y Maleantes. En torno a un centenar de canarios, con edades comprendidas entre los 18 y los 23 años, cumplieron condena en este campo de concentración. Alrededor de un tercio se calculan que eran homosexuales. A los prisioneros se les obligaba cada día a rezar el rosario. La Iglesia no se ofendió, es más, fue promotora y partícipe en este tipo de sesgos morales durante el franquismo.
Manuel Afonso fue detenido en las calles de Guanarteme con apenas 15 años. Estaba tranquilo, con amigos, pero la policía lo identificó y lo trasladó a Barranco Seco. Fue la primera de las muchas detenciones que sufrió. Cuenta que tuvo que mantener relaciones sexuales forzosas con los funcionarios de prisiones. Su único delito era su tendencia sexual. La Ley de Vagos y Maleantes daba sus últimos coletazos en la década de los 60. Sin embargo, en 1970 fue aprobada la Ley de Peligrosidad y Rehabilitación Social, que contemplaba, entre los supuestos sancionables, el hecho de llevar a cabo actos homosexuales. Dicha ley se mantuvo hasta la aprobación de la Constitución de 1978. La Iglesia calló, en ningún caso salió en defensa de la libertad individual de cada persona. Por el contrario, veló por una supuesta integridad moral y penalizó la homosexualidad.
La Iglesia Católica oficial sigue sin ver con buenos ojos la homosexualidad. En el debate, el Papa Francisco afirmó que la Iglesia debía pedir perdón por el daño ocasionado a este colectivo. Si todo un Papa de la Iglesia de Roma reconoce este hecho, es porque ha habido marginación, persecusión e intolerancia por parte de la institución. La noche del lunes Drag Sethlas, ganador de la Gala Drag del Carnaval de Las Palmas de Gran Canaria, puso a prueba la tolerancia de la Iglesia. Con el ánimo de crear polémica y ser transgresor, según las propias palabras de Borja Casillas, la persona que lucía la fantasía, subió al escenario vestido de la Virgen y luego se transformó en Cristo Crucificado. Las reacciones no se hicieron esperar. Carlos Alonso, Asier Antona, Flora Marrero o Antonio Hernández Lobo entre otros, penaron por el presunto escarnio en plaza pública a la figura de la Virgen y del Cristo. Al corrillo se sumó el Obispo de la Diócesis de Canarias, Francisco Cases, la Conferencia Episcopal Española y la prensa católica conservadora. Con la Iglesia hemos topado.
El murguero Pepe Quintana recordó en Twitter a Alonso que su reacción no fue la misma ante la cruz que lució la televisiva Belén Esteban en la noche más amarga del carnaval santacrucero. Lady Gaga, Madonna, Beyoncé… y muchos artistas más han usado simbología religiosa en sus espectáculos y las reacciones no han sido tan virulentas. Cases ha llegado al punto de reconocer que lloró la noche del lunes ante la «blasfemia» y que era el día más triste desde que está en Canarias, incluso superando la jornada de accidente de Spanair en Barajas. Una auténtica burrada, amén.
Yo creo intuir lo que pasa. Lo que de verdad molesta a Alonso y a Cases entre otros, es que el que se haya vestido de virgen represente al colectivo gay. Ver a un homosexual vestido de virgen y que la gente lo aplauda, no lo pueden tolerar sus morales putrefactas. Si no han pedido perdón por Tefía, por la Ley de Vagos y Maleantes, por la Ley de Peligrosidad Social, por las penas severas a personas como Manuel Afonso en base a su mera orientación sexual, no se merecen misericordia. Si ponen por delante a los símbolos que a las personas, las personas no respetarán los símbolos. Todo el mundo tiene derecho a creer lo que quiera y a ser respetado por ello, pero si no se ofenden por los insultos a chicharreros en Gran Canaria y a canariones en Tenerife o por letras murgueras homófobas, no tienen derecho a sentirse ofendidos. Si antes no se indignaron por todo esto, dejen en paz el Carnaval. Si no señalaron sus propias ofensas, no griten «blasfemia».