
Me toco las palmas de mis manos buscando asperezas de violencia interna, para luego negar haberla sentido.
Me miro directamente a los ojos observándolos totalmente inundados, pero yo no lloro nunca.
Me muerdo la lengua por evitar hablar y saboreo una mezcla ferrugienta de sangre y alcohol, aunque no he bebido nada.
Y me escucho. Me escucho incluso sin hablar, blar, blar, blar,… Tengo eco, eco, eco…
Es que hoy no me queda nada verdadero dentro.
Y fuera, ¿qué hay?