
Los dos estaban «en línea», imaginando cuentos, reproches, amores ajenos y ocultos…
Mucho tiempo «on line» y no me escribe a mí.
Se va. Se desconecta.
Ahora, otra vez…
Sólo estoy con el teléfono mirando fíjamente lo que hace. Lo recreo y me creo lo que va entrando en mi cabeza en lo que espero un (escribiendo…).
Al otro lado del teléfono, otra persona hace lo mismo. No se dicen nada, pero está cada uno en la ventana del otro, cual serenata virtual. No hablan por miedo a la moderna ausencia de respuesta.
Ese día no se vieron. Era el último.
El siguiente mensaje que se lanzaron fue un «Adiós, que seas feliz».