
A veces me pongo a pensar en la muerte y en el misterio de la reencarnación. Tengo claro que no volvería a ser humano pero, ¿qué posibilidades atractivas existen?
El leopardo, en tanto que felino, es elegante. También alcanza altas velocidades corriendo; es una ventaja maravillosa, pero pensándolo mejor, mis ganas terribles por ser veloz no han sido por otro motivo que por el de huir, y hoy no tengo ese problema.
Además, en mi muerte puedo acabar estampado en horribles tejidos y prendas paseantes. No, no quiero ser leopardo.
El loro habla, y en ocasiones resulta elocuente. Yo me esforzaría en serlo. Posee la virtud del vuelo, y eso ya cumple dos requisitos importantes. Lo malo es que cayera en un loro doméstico, con lo que estaría condenado a hablar de forma burlesca cuando les plazca a mis dueños y a comer de por vida las asquerosas pipas sin sal.
Además, en mi muerte puedo acabar en el contenedor de basura o siendo el juguete de un maldito, pero elegante felino. No, no quiero ser loro.
La cucaracha. Es un animal del que nadie se va a aprovechar nunca y a su vez no le es indiferente al mundo. Conviviría con personas sin tener que darles cuentas y saldría todas las noches de verano. ¡La cucaracha es perfecta!
Pero, en mi muerte… Me podría librar mil veces de la muerte, tendría esa capacidad; a no ser del último cholazo. En ese caso, después de la ejecución, un ejército de hormigas elevaría mi cuerpo dando lugar a mi minuto de gloria.
Me pasearían como homenajeando un fallecimiento que les sirve de provecho y entonces, y solamente entonces, me sentiría realizado. Sí, quiero ser cucaracha.
(Si no me sale lo del animal y me reencarno en cosa, lo haré en pipa. Pues con o sin sal, la hormiga portará igualmente mi cáscara)