
Dice el presidente francés, François Hollande, que Francia está en guerra. No empleaba estas palabras de manera metafórica, no. Buena prueba de ello fue que poco después de los atentados de París los bombardeos franceses sobre posiciones de Daesh (Estado Islámico) se habían intensificado. Los grandes medios de comunicación europeos destacaban en titulares que «la respuesta de Francia a los atentados terroristas no se había hecho esperar».
¿Pero están Francia y Europa Occidental realmente en guerra? En un artículo anterior ya advertía de las diferencias notables que hay entre el escenario de la Guerra Fría y el actual. En algunos aspectos, este análisis puede aplicarse también al enfrentamiento entre Daesh y los estados que lo combaten en Siria e Irak.
Una de las cuestiones que hacen de este escenario algo diferente a una guerra convencional es que en las guerras se enfrentan ejércitos regulares. Y Daesh, por mucho que se autodenomine Estado Islámico, no lo es. Decir que se está en guerra contra Daesh es otorgarle a un grupo terrorista un estatus que flaco favor hace a la lucha por la conservación y el fortalecimiento de la democracia. Estos y otros argumentos los esgrimió hace unos días el exministro de exteriores y exprimer ministro francés, Dominique de Villepin. En esas declaraciones señalaba lo erróneo de continuar con la espiral militarista que comenzó hace quince años en Afganistán, y continuó después en Irak y Libia. Los resultados de estas aventuras bien a la vista están.
Pero demos por buenos por un momento los argumentos de los que, como Hollande, piensan que Francia (y, por extensión, todas las democracias europeas) están en guerra contra el terrorismo. ¿De qué clase de guerra estaríamos hablando? ¿De una guerra con frentes, soldados y posiciones que arrebatar al enemigo?
No creo que haya nadie en su sano juicio que piense que Daesh pueda ganar esta conflagración bélica contra Rusia, Francia, EEUU y todos sus aliados del Golfo. Militarmente, esta opción parece imposible. Por mucho sufrimiento que los ataques terroristas estén causando en Siria e Irak (y ahora, también, en Europa), lo cierto es que la correlación de fuerzas es tan desigual que el resultado final no genera ningún tipo de duda.
Donde Daesh sí puede ganar es en la mente de jóvenes de Oriente Medio y de Europa que piensen que unirse a sus fuerzas sea una suerte de heroísmo versión siglo XXI y que, de esta manera, van a convertirse en personas importantes que van a servir una causa valiosa. Es ahí donde Daesh sí que puede hacer mucho daño. Y es ahí donde deberíamos concentrarnos: en conocer las causas de estos lavados de cerebro, para poder contrarrestarlos mejor y, sobre todo, a tiempo.
Donde Daesh sí puede ganar es en la erosión de nuestros sistemas democráticos, logrando que nuestros gobiernos empiecen a recortar libertades fundamentales llevados por el miedo, por la precipitación o por intereses no siempre confesables.
Si nos acostumbramos a tener soldados en las calles, a que espíen nuestros teléfonos y correos electrónicos, si empezamos a autocensurarnos por miedo al control social reforzado o a posibles reacciones de fanáticos violentos, entonces sí que estaremos perdiendo una guerra. Esta vez, sí, una guerra de verdad, donde los fanáticos violentos tienen armas poderosas para tirarnos por pardelera.
No nos engañemos. Por difícil que resulte adaptarnos a la nueva situación, en la que las medidas de seguridad pueden llevarnos incluso a cambiar nuestros hábitos cotidianos, las acciones militares por sí solas no van a solucionar ningún problema; si acaso, lo contrario.
La pregunta clave es si vamos a permitir que los terroristas se apoderen de nuestro día a día a través de decisiones de nuestros gobiernos y de autocensura por miedo a represalias. Es aquí donde, si nos dejamos acongojar por el miedo, estaremos dando los primeros pasos hacia la derrota de nuestras sociedades democráticas.